Annibale Carracci (1560-1609): “El come­dor de habas”. Cuando el pintor presenta la imagen del cliente solita­rio centrado en la función biológica del comer, vemos que su animalidad aflora desarticu­lada: su rostro desencajado, sus ojos desviados, su boca ávida, su mano aferrada al pan. La mesa no es ya un lugar de convivencia.

Mesa y convivencia

En un mundo tan globalizado como el actual, el hombre se ve con frecuencia carente de motivaciones para comer, pues en el frenético tráfago ciudadano los alimentos no son ya sentidos por él desde el punto de vista de los contactos humanos.

Baste reflexionar sobre el comportamiento alimentario de la vejez, el cual está fijado por la índole de los contactos familiares; es más, la convivencia en la vejez significa tan sólo “comer juntos”. Por eso, en la viudedad se experimenta un cambio muy fuerte en los hábitos alimentarios, ya que cada comida evoca constantemente al cónyuge perdido. Para evitar la sensación de haberse quedado solo, se tiende a comer cualquier cosa, sin sentarse siquiera a la mesa.

La comida compartida, aunque sencilla, hace que la conducta humana sea más espiritual y social.

Seguir leyendo