El dominio de las emociones es tam bién un factor dietético o de salud. La melancolía, la ira frecuente, el excesivo tra bajo: estas tres cosas consumen en breve tiempo la vida[1]. Por eso, Arnaldo obser va que «las pasiones y accidentes del ánimo mu dan o alteran el cuerpo terriblemente y ha cen notable impre sión en las obras del en tendi miento; y así, las que son daño sas de ben huirse con mucho cui dado y dili gencia: en particular, la ira y la tristeza».
Por «accidentes» del alma en tendían los Regimina sanitatis no otra cosa que las pasio nes o emociones: lo que le pasa al alma por estar unida a un cuerpo sonpa siones; o lo que le acaece (accidit) en este mismo sentido son acciden tes; lo que le afecta por las cuali dades y com plexiones del cuerpo son afectos. Todos son términos equivalentes que se refieren a los movi mientos afectivos del alma sensitiva, tanto los excitados, como los calmosos. La con veniencia de este capítulo quedó recogida en el adagio: «mens sana in corpore sano«.
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Emociones negativas
No hay una buena salud corporal, si no existe una buena higiene de los afectos; y viceversa. De lo que se trata es del ajuste del hombre no sólo con su propia corporalidad, sino con el entorno: también las costumbres repercuten en la salud[2].
No todos los afectos son saludables y plenificantes: unos acentúan los valores positivos de la vida, como la alegría, la esperanza, el amor; otros quedan varados en los aspectos negativos, como la ira, la tristeza, la desesperación, el odio. Unos elevan el tono vital; otros lo deprimen.
Siguiendo la tradición antigua y medieval, Arnaldo indica, a título de ejemplo, el aspecto antidietético de la ira y la tristeza, las cuales expresan admirablemente la repercusión del alma en el cuerpo, o mejor, el mal ánimo en el mal cuerpo. Porque «la ira inflama y enciende todos los miembros y, por el ardor y encendimiento del corazón, todos los actos de la razón se escurecen y perturban; por lo cual se deben evitar sus ocasiones, si no es, en cuanto pide la razón, que nos enojemos contra las cosas no debidas»[3].
En sentido contrario, la tristeza «resfría el cuerpo y le deseca; y, por el consiguiente, le acarrea y causa al que la tiene que venga a enflaquecer y secarse, y junto con ello, a angustiar y apretar el corazón, ofuscar los espíritus y encrasarlos; embotar el entendimiento, impedir la aprehensión, escurecer el juicio y destruir la memoria. Y así como en lo de la ira se ha dicho, se deben también huir los objetos y causas de la tristeza y no darle lugar más de lo que permite la razón que nos entristezcamos»[4].
La ira, en concreto, es causada por una mezcla contradictoria de tristeza y esperanza: de una tristeza inferida, acompañada de una esperanza ardiente de vengarse. Tanto la venganza apetecida como aquel de quien se busca vengarse ofrecen dificultades a la ira. Estas dificultades, que han de vencerse, ponen en tensión tanto al psiquismo como a la corporalidad entera: potencias y órganos se remueven y excitan (se inflama la cólera, decían los medievales), los músculos se enervan y la piel palidece. «El movimiento de la ira no es constrictivo, como el del frío, sino más bien expansivo, como el del calor, consiguientemente, el movimiento de ira viene a ser causa de cierta efervescencia de la sangre y de los espíritus alrededor del corazón, que es el instrumento de las pasiones del alma. De ahí que, a causa de la gran perturbación del corazón que se da en la ira, aparezcan principalmente en los airados ciertas manifestaciones en los miembros exteriores»[5]. Esta perturbación consume e impide el uso de la razón: es un modo enfermizo de vivir el hombre como menos racional de lo que debiera.
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Emociones positivas
«El ánimo alegre hace florecientes tus años»[6]. También el dietista recuerda la correspondencia que cuerpo y alma guardan entre sí. Apenas el cuerpo padece destemplanza, el alma la está sintiendo. Cuando la ira o el temor se apoderan del alma, al instante el cuerpo se está condoliendo o consumiendo. Si, por un lado, el cuerpo tiene salud y no inquieta al alma y, por otro lado, el alma con sus aflicciones no destempla al cuerpo, se produce una hermosa consonancia, alabada por el refrán: Salud y alegría / belleza cría.
La alegría es el afecto más valorado por los dietistas medievales, porque dilata las potencias humanas. En primer lugar, el ánimo alegre se agranda por el conocimiento que tiene de haber conseguido un bien conveniente con el que se perfecciona (de otro modo no produciría gozo); y se agranda también por la voluntad que asiente y acoge la cosa deleitable y reposa en ella, como prestándose a abarcarla dentro de sí, ensanchándose también para gozar de ella perfectamente. La alegría repercute corporalmente, haciendo que el calor natural salga hacia el exterior, conforte la sangre y atempere el cuerpo.
En fin, para mitigar las aflicciones de nuestros cuerpos y adquirir la alegría y belleza que todo el mundo ama, para ahuyentar cualquier género de males que perturben la salud, se aconseja el canto y la música[7]. Aristóteles decía ya[8] que hay tres cosas que hacen cesar los trabajos y preocupaciones: el sueño, la bebida y la música. Porque esta última causa delectación.
Estas indicaciones muestran que el dietista no solamente mira con la técnica al cuerpo, sino con la prudencia al hombre entero, cuerpo y alma en unidad personal.
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