
Jacob Jordaens (1593-1678). "Comedor de potaje". Tras llevarse ávidamente a la boca una cucharada de ardiente potaje, quemándose la lengua, sopla con impaciencia sobre el cubierto para rebajar la temperatura del caldo. Su voraz impaciencia corre pareja con la mirada ávida del perro que, con la lengua fuera, refleja el exceso de gula de su dueño.
Hambre, apetito y gula
Las palabras «hambre», «apetito» y «gula» equivalen, respectivamente, a necesidad , a necesidad más gusto, y a gusto sin necesidad. Las dos primeras (de tipo vegetativo y sensitivo respectivamente) se inscriben en un orden humano correcto. La última comienza y termina en un desorden psicológico y moral, en vicio.
Hay dos tipos de impulsos naturales referentes al alimento: uno, que se encuentra en las facultades que cumplen funciones metabólicas o digestivas (vegetativas), las cuales no están sujetas al gobierno de la razón; a este orden de impulsos pertenecen el hambre y la sed. Hay también un impulso sensitivo, llamado apetito (psicológico) que puede provocar cierto desorden; y a él se debe aplicar una dirección racional que lo modere.
La moderación racional de comidas en cantidad y calidad pertenece a la dietética, que se refiere a la disposición o complexión corporal; pero la moderación de los impulsos y sentimientos internos que, teniendo por objeto la comida, son ordenables al bien general del hombre como ser racional pertenece a una dirección psicológica, estética y moral.
Gusto sin necesidad
Comer por puro gusto no es lo mismo que satisfacer con gusto la necesidad básica de alimentarse. La satisfacción del apetito produce un placer sensitivo que debería tener como eje una carencia o necesidad metabólica real. Si faltara esta necesidad, se comería entonces por puro gusto y no por satisfacer gustosamente una necesidad inicial. Ya no se trata de apetito sino de gula y glotonería. Lo típico de este desorden es que se ha desprendido ya el gusto de la necesidad. El glotón incluso finge a veces la necesidad para justificarse.
Necesidad con gusto
En realidad el comer es una actividad esencial o básica, a la cual pertenecen de modo necesario el uso de los alimentos y el placer consustancial a su consumo. Pero al sentido del gusto corresponde la distinción de sabores que fomentan el placer de la comida, en cuanto que son signo del buen estado y de la preparación adecuada del manjar.
El placer del comer y el placer del sabor
Hay, pues, un placer gastronómico que radica en la propia sustancia del alimento: el placer del comer, como actividad esencial, sigue necesariamente a la ingestión del alimento. Cualquier placer brota siempre de operaciones que nos son naturales; por eso es tanto más vehemente el goce cuanto más naturales y básicas son las actividades de las cuales deriva, como son las del comer y beber, mediante las cuales se conserva la vida del individuo.
Y hay también otro placer o deleite gastronómico que se liga al exquisito sabor o preparación del manjar: el placer del sabor es, pues, algo sobreañadido. Si bien nuestro impulso de conservación nos inclina a comer, con facilidad pasamos de lo muy necesario a lo menos necesario, entregándonos al deleite excesivo -o incluso exclusivo- en el manjar bien preparado.
Autodominio e integración de los placeres
El placer del sabor no es desdeñable para la realización plena del hombre. De ninguna manera. El hombre puede apetecer los placeres que no se oponen ni a la salud somática ni al equilibrio psicosocial, haciendo uso de ellos según las circunstancias de lugar, tiempo, profesión, posibilidades económicas y costumbres sociales; o sea, puede apetecer otros placeres que, sin ser muy necesarios para la salud y el equilibrio psicosocial, tampoco les son contrarios.
Y son contrarios tan pronto como dejan de referirse al bien total del hombre como ser racional. Cuando dejan al hombre aislado, desconectado, solo ante el plato, aparece su ser puramente animal. El acto de comer debe reflejar un arte de autodominio y de relación psicosocial. Porque el impulso o apetito sensitivo se puede oponer a la dimensión espiritual del hombre por falta de mesura y de contactos. Comer como hombre es un arte de autodominio.
El exceso
A su vez, ya en la línea de los excesos alimentarios de orden moral, dice el refranero: El mucho comer / trae poco comer. Se refiere específicamente, desde el punto de vista de la salud, a quien por haber comido mucho, enferma por el colesterol y vive poco tiempo por la arterioesclerosis. También se refiere de una manera genérica a los glotones que están fundados sólo en el gusto de su paladar. En este sentido cabría interpretar el dicho castellano: hay que comer para vivir y no vivir para comer.
Hipócrates, refiriéndose a la cantidad de comida necesaria para el mantenimiento, indicó que si el hombre quiere que el comer no le enferme, no se ha de satisfacer del todo y ha de trabajar sin pereza. Al estómago hay que darle la cantidad que no le moleste ni agrave: aunque no hay medida cierta para cada uno.
La gula es antidietética
La gula es también una orientación vital antidietética: no se refiere propiamente a los alimentos, sino al desordenado apetito de estos. Si alguien comiera con exceso, creyendo que lo necesita, esto no habría que atribuirlo a gula, sino a una impericia del arte dietético. Pero también es antidietético el hecho de que la gula se extralimite conscientemente en la comida a causa del placer producido por los alimentos. Distinto es el hecho de que, por circunstancias adversas (guerras, pestes, estados de sitio), el alimento llegue a constituir el centro de todas las preocupaciones del hombre; en este caso, el fin de la conservación, que no puede obtenerse sin la comida y sin el placer subsiguiente, no hace que el arte de vivir degenere en gula. La orientación vital antidietética más se refiere al placer del alimento que al alimento mismo.
Impaciencia y voracidad
Dejando aparte la cualidad y la cantidad dietética del alimento, y enfocando solamente el aspecto subjetivo del acto de comer, podemos distinguir dos desórdenes psicológico-morales de la gula: según el tiempo y según el modo de tomar el alimento.
Cuando se intenta adelantar la hora acostumbrada, se desordena el apetito por la impaciencia en la demora. Y si se come con voracidad –apresuradamente y con agonía–, se desordena también el apetito, pues aun cuando al hombre le bastara poca diligencia, pone solicitud demasiada en la comida; máxime si creyendo que le hace mal, por el apetito que tiene no lo deja. O si aun apenas acabada la comida, piensa y habla de la cena. Este dersorden psicológico fue descrito admirablemente por Zabaleta (s. XVII), en un famoso texto que reproduzco.
La violencia del deseo suplanta a la razón y a la voluntad. La gula acapara la actividad de la inteligencia, la cual no razona claramente y se limita a justificar sofísticamente las conclusiones dictadas por la gula.
Moderación y estética
El impulso y el sentimiento humano se estragan principalmente con los placeres que le arrastran y le alejan de la regulación razonable, produciendo turbaciones sin cuento.
Este arte de vivir tiene, en lo referente a la comida, rasgos de especial belleza. Primero, porque mediante la dietética modera y dispone proporcionadamente elementos psicosomáticos, aspecto éste integrado en la definición esencial de belleza. Segundo, porque regula mediante el arte de la psicología los movimientos afectivos y los impulsos más elementales del hombre, los que éste posee por su naturaleza animal, los cuales desdoran en su aislamiento la dignidad humana. El comer humano es un «arte» psicológico y moral. A ese arte corresponde también un aspecto particular de belleza
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