Pan y vino hacen camino

 

Francisco de Goya, "Hombre que bebe" (1777). Con total acierto costumbrista, Goya pinta el modo tradicional de beber el vino en bota, una vez que el pan ha servido de alimento sustancial.

 Medalla de oro para las asociaciones del Camino

Las Asociaciones navarras de Amigos del Camino de Santiago recibieron el día de San Francisco Javier la mayor distinción foral. Estas Asociaciones han sido un factor decisivo en la recuperación del Camino. En el acto hubo emocionantes alocuciones y un convencimiento generalizado de la importancia cultural de la ruta jacobea.

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Un antiguo discurso sobre el Camino de Santiago

Hace ya años, el 27 de octubre de 1995, tuve el honor de impartir una conferencia que llevaba por título “Pan y vino hacen camino”. Hízome la presentación el que fuera amigo de todos, el inolvidable sacerdote y polígrafo navarro don Jesús Arraiza, quien antes me había sugerido el tema. La conferencia se enmarcaba en las Jornadas Jacobeas que programan los Amigos del Camino de Santiago. Una página web (caminodesantiagoennavarra.es) me ha recordado aquel evento y su fecha exacta. He intentado desempolvar el texto de la conferencia y sólo he podido extraer algunos apuntes que ahora reescribo.

Recuerdo que centré mi discurso sobre el carácter simbólico que tienen los elementos del antedicho refrán: el pan, el vino y el camino. Aparentemente, nada original. Pero es que quizás algunas cosas sencillas, como las citadas, son siempre las más originales e insólitas: y somos nosotros los que perdemos lucidez y arraigo cuando no las incorporamos a nuestra vida con suficiente convicción y empeño. Porque pan y vino son elementos gastronómicos, claro está, pero no sólo eso.

Y el camino, también, parece que ya está hecho y fijado…, pero en realidad, para el verdadero peregrino el caminar no es propiamente un seguir las pisadas de otro, sino hacer la ruta que le dirige a la maduración personal. El camino ha de llevar a alguna parte, y si no es a este punto de sazón espiritual, no conduce a ningún lado.

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Símbolos

Aun recuerdo el enfado de mi abuela cuando, de chiquillo, me acerqué a un mendigo y, sin mediar palabra, le largué un trozo de pan. “No, así no se hace con el pan –me dijo–: si se da como limosna no se arroja, se besa y se da en la mano”. ¿Por qué me dijo eso?

Con el tiempo he ido viendo que hay cosas que se erigen espontáneamente en símbolos de nuestra vida alimentaria. Un símbolo es un trozo de materia al que se le une permanentemente una idea. Por ejemplo, una bandera es un pedazo de tela que evoca siempre la «idea» de la patria o de la región: es un símbolo. Desde el punto de vista gastronómico, hay en nuestra área cul­tural medite­rránea dos símbolos que trascienden el tiempo y perma­necen en el curso de las diver­sas culturas, sin per­der su vigor significativo: el pan y el vino.

Pan y vino figuran asociados como símbo­los integrantes del ali­mento hu­mano, tanto fí­sico como espiritual. San Clemente de Ale­jandría llega a decir que el vino es al pan lo que la vida contem­plativa es a la vida activa: dos aspectos necesarios y comple­mentarios.

Por esta fuerza simbólica –que trasciende el tiempo y el espacio– pudo decir don Miguel de Unamuno que el modo injusto de aplicar castigos en España le “había envenenado el pan y el vino del alma”, o sea, su fibra humana más honda (Cómo se escribe una novela).

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El pan, símbolo de inmortalidad

El pan es símbolo del alimento esencial –el pan resume la totalidad de los alimentos, y así lo expresan los distin­tos lenguajes cuando acogen la expresión «ganarse el pan»–, de suerte que se da el nombre de «pan» también al alimento espiritual. El pan se hace especial­mente del trigo, alimento por excelencia, reco­nocido en la mayoría de las culturas. Trigo sig­nifica simbólicamente bendi­ción; también, por lo mismo, alimento de inmortalidad: en los misterios griegos la espiga era símbolo de re­generación y re­surrección, pues el grano que muere y renace representa el nuevo nacimiento a un estado primordial. El grano de trigo evo­caba en Grecia el retorno de las mie­ses en su es­tación correspondiente, así como la alter­nancia de la muerte del grano y de su resurrección en fecundas espigas. Cuando los sacerdotes griegos y romanos derramaban trigo o harina so­bre la cabeza de las víctimas que iban a inmolar simbolizaban con ello la si­miente de la resurrección o de la inmor­talidad. También en Egipto era la espiga de trigo un símbolo de muerte y resu­rrección, por lo que figuraba como em­blema de Osiris, dios de la regeneración. Trigo es don de vida.

Con la misma profundidad simbólica que el trigo es tratado el arroz en el oriente y el maíz en las culturas mejica­nas y afines. Los indios «pueblo» –en el sudoeste de los Estados Unidos– hacen girar toda su cultura (familia, religión, reglas de hospitalidad, amistad) alrededor del maíz; el campo en que brota tiene ca­rácter sa­grado; su cultivo se asimila a un acto religioso. Y si este pueblo se viera privado del maíz, no sólo quedaría sin sus­tento, sino que se le privaría del sentido de toda su vi­da.

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El vino, símbolo de la vida eterna

En las cul­turas mediterráneas anti­guas la vid es un árbol sa­grado, siendo su producto una bebida de dioses. Incluso antiguas tradi­ciones identificaron el ár­bol de la vida del Paraíso con una vid. El carác­ter posi­tivo que en todas las tradiciones tiene la vid y el vino queda confirmado por el Anti­guo y el Nuevo Testamento, donde la viña designa tanto a Israel como al reino de Dios.

Por lo mismo, el vino es el símbolo de la juventud triunfante y de la vida es­condida y eterna. Mediante el color más extendido del vino, el rojo oscuro, se recapitula la fuerza de la san­gre: en el lagar se re­crea el símbolo de la victo­ria sobre la fu­gacidad del tiempo. De ahí que en fran­cés se llame al aguardiente eau de vie, y en gaélico el whiskey venga a ser water of life. Esta potencia simbólica se extendió también a los néctares, a los hidromieles y a las ambro­sías. Se trata del elixir de la vida o de la inmor­talidad, captado por el arte funerario de griegos y egipcios en motivos de vendimias.

También entre los orientales venía la vida designada por una pámpana de vid. Incluso cuando una cultura, como la mu­sulmana, pro­hibe el vino, la misma pro­hibición acentúa la fuerza y el al­cance del símbolo, pues el ver­sículo 83,25 del Corán refiere que, en el Paraíso, a los santos «se les dará de beber un vino per­fumado y sellado». La abstinencia te­rrena de vino retiene conteni­damente un deseo de vino –juventud y vida eterna– en el más allá.

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El camino hace pan y vino

“Pan y vino hacen camino”. He pasado ratos gratos e inolvidables en el tramo del Camino de Santiago que va de Puente la Reina a Estella. He acompañado incluso a peregrinos de diversos países. Y casi siempre he comprobado, a través de sus parcas conversaciones, que hacen ese camino precisamente para restaurar o desinfectar, como hubiera dicho Unamuno, el pan y el vino del alma. ¿Acaso sería entonces absurdo invertir el adagio español, para decir: “El camino hace pan y vino”?

1 Comentario

  1. Francisco Villacampa

    13 octubre, 2011 at 7:12

    ¡Mucho ánimo con el blog! A los que os guste, que sepáis que la cocina de Juan Cruz es incluso mejor en la vida real :) ¡Viva la huerta!

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