El tono emotivo de la comida
Comer es una relación humana con el alimento como nutriente: el hombre come para alimentarse, y siente en ello una emoción intensa; pero más profundamente, comer es una relación humana con los demás seres humanos: es un gesto social; y despliega con los demás hombres emociones conviviales.
En todos los tiempos han existido unas leyes no escritas de relación emocional del hombre con el alimento: todos las conocemos de una manera más o menos sabia. Primero, sobre el hambre y el apetito influyen los estados afectivos: las emociones negativas tienen una acción inhibidora sobre el deseo de comer; pero el buen humor y la compañía agradable ejercen ya una función aperitiva. Segundo, el que come solo en un restaurante sufre una disminución del apetito y del gusto; «se come con los ojos», pero también con una buena compañía. Tercero, cuanto más elevado es el tono emotivo de un alimento –carne, vino– más rechazado es su consumo solitario. Cuarto, una mesa bien arreglada provoca un efecto excitante sobre el apetito. Quinto, para que una excitación sea agradable debe estar «de acuerdo» con el tono emotivo formado por la cultura. Sexto, por sentido gastronómico nunca han de pedirse dos platos seguidos que tengan: la misma sustancia básica (por ejemplo, comer pollo después de tomar caldo de gallina), análoga preparación (por ejemplo, tomar un pescado hervido y después una carne cocida), idéntico color: se trata de seleccionar los estímulos idóneos para obtener un placer, un buen tono emotivo, en la comida. La inteligencia que guarda estas sencillas reglas (¡hay más!) es una inteligencia emocional.
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A la busca de emociones gastronómicas
No suele ser frecuente, pero se da el caso. Tienes ganas de comer. Empujas la puerta de un restaurante y notas en la persona que te recibe un rictus de contrariedad. Un poco más adentro, el chef te mira distraído, pero con los ojos fijos en un punto inconcreto que le agobia. Del fondo de la cocina se oyen ruidos de cacerolas y voces entrecortadas. Empiezas a recelar. Tu inicial alegría vital se ha reducido de golpe. Y te malicias que tu emoción gastronómica puede tornarse en negativa. Mala cosa.
¿Qué tienen en común un chef que grita enfurecido a los camareros, un cocinero irascible que golpea fogones y cacerolas, un vendedor que increpa a los clientes, un funcionario que se excita coléricamente con la gente que le espera en ventanilla, un empleado que con agresividad no tolera una indicación sobre su quehacer ordinario? Pues tienen en común un suspenso en inteligencia emocional. Para que un restaurante, un negocio, una empresa funcionen adecuadamente no sólo es necesario en los directivos y en el personal de servicio un aceptable coeficiente intelectual (CI) , sino una buena inteligencia emocional (IE).
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Perfil de un chef, un cocinero, un camarero sin inteligencia emocional
–Incapacidad para controlar la ira.
-Falta de empatía con los demás (sentimiento de contacto).
-Bajo umbral de tolerancia a la frustración.
-Dificultad para reconocer los propios sentimientos.
-Incapacidad para soportar la presión ambiental.
-Incompetencia para reprimir impulsos.
-Dificultad para aplazar recompensas.
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¿Qué es la inteligencia emocional?
Los comportamientos descontrolados que se acaban de indicar son la expresión inadecuada, personal y socialmente ineficaz de las emociones provocadas por los acontecimientos de la vida diaria.
La inteligencia emocional es la capacidad de leer nuestros sentimientos, de dominar las propias emociones e impulsos, pero también, de comprender a los demás, permaneciendo tranquilos y optimistas cuando nos vemos confrontados a ciertas pruebas.
El control y dominio de los comportamientos afectados por impulsos y emociones forman parte de la habilidad y competencia necesarias para mantener relaciones satisfactorias con las personas con las que vivimos. Son la expresión de que somos inteligentes emocionalmente.
Quiero dar cuenta de los libros que he utilizado para redactar este artículo: Daniel Goleman, La inteligencia emocional (1995); Varios, Actas sobre La inteligencia emocional, una brújula para el siglo XXI (20o1) M. Davis et alibi, Técnicas de autocontrol emocional (2007); J. M. Mestre Navas y P. Fernández Berrocal, Manual de inteligencia emocional (2006). Es inmensa la bibliografía que se puede encontrar en las secciones correspondientes de los citados libros.
En lo que atañe a mi tarea, limito esta exposición a los fines del blog regusto.es.
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¿De qué tipo es la inteligencia emocional?
Existe la inteligencia teórica y la inteligencia práctica. Por la primera conocemos para conocer, sin otros fines que el de saber lo que las cosas son en sí mismas. Por la segunda, conocemos para obrar, para hacer de nosotros o de nuestro mundo entorno algo mejor (o a veces peor). De esta última, las modalidades más generales son la inteligencia técnica y la inteligencia prudencial. La técnica se comporta poniendo en el mundo los fines que previamente están en la cabeza del hombre, contando con materiales objetivos y máquinas. La prudencia se comporta poniendo en el propio sujeto los fines que también están en la cabeza del hombre: pero no es una técnica (porque el sujeto no es manipulable), sino un delicado modo de acción que continuamente aplica el hombre sobre sí mismo para mejorar moralmente su vida.
Pues bien, la inteligencia emocional es una forma de inteligencia práctica, en la que se dan cita la técnica y la prudencia, pero esta última sobre todo.
Conseguir una buena inteligencia emocional contribuye no sólo a acertar en la vida práctica, en el quehacer cotidiano, sino a prevenir el desarrollo de muchos trastornos: de estrés, de ansiedad, de depresión. Estos se previenen desde una correcta inteligencia emocional.
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Cociente intelectual e inteligencia emocional
Tener un elevado cociente intelectual (CI) en el poder de abstracción, en matemáticas, filosofía o biología, no garantiza el éxito en la vida. Se precisa algo más que una buena inteligencia abstracta para poder solucionar los problemas personales derivados, por un lado, de la emocionalidad propia y, por otro lado, de los roces en la relación con los demás. Por lo que es necesario desarrollar una serie de habilidades de la inteligencia emocional (IE) que no son estrictas destrezas intelectuales teóricas o abstractas, ni puramente técnicas.
Se necesita, sí, cierta técnica: porque la vida nos invita a tener habilidades técnicas y culturales: realizar multiplicaciones, leer, tener cultura y dominar un instrumento musical.
Pero se necesita también la prudencia: porque la vida nos urge a tener habilidades de adaptación personal: interacción con otras personas, superación de conflictos y problemas con nosotros mismos, debidos a nuestras falsas interpretaciones de la realidad.
En cuanto referidas al hombre, la técnica y la prudencia son habilidades de la inteligencia emocional.
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Tres niveles filogenéticos del cerebro
Cabeza y corazón han sido siempre expresiones que tienen su correlato fisiológico en el mismo cerebro. De hecho, en éste se pueden distinguir (sin acudir a tecnicismos, aunque estos son necesarios científicamente) tres niveles evolutivos: el instintual, el emocional y el racional.
1. Cerebro instintual básico: regula las funciones fisiológicas involuntarias de nuestro cuerpo; no piensa ni siente emociones; se expresa en funciones hormonales, en el hambre, la sed, en la motivación reproductiva, en la respiración, que son instintos primarios.
2. Cerebro emocional o sistema límbico, en el que se dan cita la memoria afectiva, las funciones de miedo, rabia, amor maternal, relaciones sociales, celos.
3. Cerebro racional o neocórtex: desarrolla las capacidades cognitivas: memorización, concentración, reflexión, resolución de problemas, habilidad de escoger la conducta adecuada. Permite controlar las emociones.
Así pues, el cerebro humano consta de tres formaciones neuronales. Cada una controla distintas funciones de nuestra vida.
Pero los tres cerebros están interconectados de manera neuronal y bioquímica: afectando directamente a la salud, al bienestar y al rendimiento personal. La salud física está condicionada por el sistema instintual básico. La salud emocional está condicionada por el sistema límbico. El autocontrol emocional está condicionado por el neocórtex.
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El cerebro emocional o sistema límbico
Está alojado debajo de los hemisferios cerebrales y es la base anatómica y fisiológica de las emociones o afectos. Se trata de un centro regulador de emociones e impulsos.
Cabe mencionar en él varios puntos de control, entre ellos el hipocampo y la amígdala. El hipocampo es un centro del aprendizaje emocional y almacén de los recuerdos emocionales. La amígdala es un centro de control emocional: su extirpación produce ceguera afectiva o pérdida del sentido en las relaciones interpersonales.
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Las emociones, como adaptaciones vitales
Las emociones son consecuencia de la actividad de algunos circuitos neurales del hipotálamo y del sistema límbico en general.
Son, pues, estados del organismo, determinados genéticamente y regulados por estructuras nerviosas subcorticales.
Tienen un valor adaptativo: se generan como respuesta a un acontecimiento externo o interno, percibido en nuestras relaciones con el entorno.
Pero ocurre que el cerebro emocional responde más rápidamente y con mucha más fuerza que el pensante.
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El cerebro racional o neocortex
Es una estructura cerebral evolucionada: el último eslabón del desarrollo del ser vivo. Permite: tener conciencia sobre sentimientos; discernir y analizar el contenido emocional y posteriormente actuar de acuerdo al análisis realizado; controlar las emociones; desarrollar funciones de conocimientos adaptativos; interpretar y asignar significados y valores a los estados emocionales; dar motivaciones. Así, pues, la corteza es la base neurológica para planificar, pensar, prever y controlar el funcionamiento cognoscitivo (afectado por las emociones).
Pero la corteza cerebral hay que entrenarla para que gobierne bien el sistema límbico y actúe tan rápidamente como lo hace este último. Aunque tal y como está configurado el cerebro (sistema límbico + neocórtex) existe poco control inicial respecto al momento en que surge la emoción.
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Somatización del descontrol emocional
Las emociones no controladas repercuten en nuestro cuerpo y se somatizan: la somatización es la transformación de problemas psíquicos en síntomas orgánicos de manera involuntaria. Así, cuando estamos ansiosos por algún acontecimiento, aumenta el ritmo cardíaco, hay opresión torácica, sudoración, dolor de cabeza, etc.
Un ejemplo de lo dicho es el estrés. El sistema límbico se activa de modo anormal en situación de estrés (tensión provocada por situaciones agobiantes que originan trastornos psicosomáticos y psicológicos). Esa alteración provoca que las funciones del neocórtex queden bloqueadas, y el sujeto reaccione con impulsividad. Se paralizan entonces las habilidades de control emocional, hecho que –bajo la ira, el horror, el miedo, la agresividad– influye negativamente en nuestro bienestar y rendimiento.
En la medida en que seamos capaces de lograr un estado de ánimo positivo (relajación, tranquilidad, empatía…) estaremos haciendo uso de nuestra inteligencia emocional.
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Emociones y calidad de vida
Por lo dicho se comprende que el desarrollo razonable de las emociones dan al sujeto calidad de vida.
1º. Las emociones positivas (felicidad, alegría, esperanza, optimismo…) mantienen el equilibrio psicofísico del organismo; incluso ejercen efectos curativos sobre determinadas enfermedades.
2º Las emociones negativas (ira, ansiedad, depresión, estrés, la tristeza…) tienen efectos tóxicos sobre la salud; incluso ejercen una influencia negativa en las enfermedades cardiovasculares; también en las alteraciones del sueño, de la dieta o de los hábitos de salud.
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Habilidades de la inteligencia emocional
Son, de un lado, capacidades de conocimiento y control adecuados de las propias emociones, dando solución a los problemas que estas generan: funciones de adaptación a las circunstancias. Y, de otro lado, son conocimientos empáticos de las emociones que expresan las personas con quienes vivimos.
Esas habilidades prácticas pueden poner de acuerdo la inteligencia y las emociones, o paralelamente la cabeza y el corazón. Son al menos cinco:
1ª Reconocer las propias emociones.- Sólo si sabemos cómo sentimos, podremos manejar las emociones, moderarlas y ordenarlas de manera consciente.
2ª Saber manejar las propias emociones.- Las emociones no pueden elegirse arbitrariamente para vivenciarlas. El miedo, la ira o la tristeza son emociones básicas de supervivencia y con ellas debemos aprender a vivir. Sin embargo sí podemos, primero, controlarlas: conducirlas mejor, manejarlas y afrontarlas de la manera más adecuada; segundo, mantenerlas dentro de unos límites razonables.
3ª Utilizar el potencial existente.- Aprender a superar los malos momentos: disfrutar aprendiendo; valorar los buenos resultados vitales de las emociones: como la perseverancia, la autoconfianza y el sobreponerse a las derrotas.
4ª Habilidad de comunicación emocional: saber ponerse en lugar de los demás.- La empatía requiere la predisposición a admitir las emociones, escuchar con atención y ser capaz de comprender pensamientos y sentimientos que no se hayan expresado verbalmente, sino a través de las expresiones faciales y gestuales.
5ª Crear relaciones sociales.- El trato satisfactorio con las demás personas depende de la capacidad propia de establecer relaciones, de solucionar conflictos interpersonales y de empatizar.
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Epílogo sobre la inteligencia emocional: conocernos mejor
Conocernos mejor significa también poder hacer una vida mejor controlando nuestras emociones. ¿Cómo podemos conocernos mejor? Al menos de tres maneras:
1º A través de la introspección: Pero… Las personas no deben mirarse por dentro cuando están en un estado emocional alterado, o porque algo ha salido bien, o porque algo sale mal. Hay que esperar el momento de ecuanimidad.
2º A través de nuestros comportamientos cotidianos: Pero… Los comportamientos excepcionales no definen a la personalidad: hay que ver lo que han sido la mayoría de nuestros éxitos y la mayoría de nuestros fracasos e ir forjando una idea equilibrada sobre nuestras propias capacidades.
3º A través de la información de los demás: Pero… Sería erróneo que cualquier valoración positiva nos aumente el valor que nos damos a nosotros mismos y una pequeña opinión desfavorable nos haga el efecto contrario. Hay que tener una ponderada seguridad en nosotros mismos.
Con un conocimiento razonable de nosotros mismos, la inteligencia emocional da significados a los acontecimientos: para que las emociones que puedan provocar no hagan de nosotros unas personas infelices.
De modo que ser hábil emocionalmente consiste en desarrollar motivos y argumentos que nos permitan manejar bien una emoción y mejorar nuestra propia estima y confianza.
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Si un cocinero logra un menú a la vez gustoso y estético, eso le producirá no sólo un sentimiento de satisfacción personal, sino que, como consecuencia, aumentará su «energía vital“, sus ganas de hacer cosas, y hará comunicativa su alegría.
Así: alegre, emocionalmente simpático, abierto es como al entrar en un restaurante me gustaría ver al chef, al camanerero, al cocinero y a todo el personal de servicio. También esas actitudes positivas son elementos aperitivos de «regusto».
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