
Tiziano Vacellio, 1477-1576: Alegoría del tiempo y la prudencia. El cuadro parte de la penumbra del pasado o vejez, sigue en la luminosa transparencia del presente o madurez y resplandece con la luz del futuro o juventud. Se trata de una alegoría del Tiempo gobernado por la Prudencia del anciano. Las tres edades del hombre están asociadas a tres cabezas de animales, símbolos respectivos de la memoria (el lobo), la inteligencia (el león) y la providencia (el perro).
En nuestra especie se han dado individuos que vivieron más de 120 años. Pero son pocos los casos; aunque el número de centenarios sigue creciendo y la esperanza de vida va progresando. El caso es que el cerebro del hombre tiene un potencial tan alto que no llegamos a vivir el tiempo necesario para sacar provecho a todo lo que encierra. Hay aquí una buena razón para que hagamos lo posible por vivir más largamente. ¿Cómo lograrlo?
Muchos investigadores sueñan con corregir las debilidades de construcción que con la edad quebrantan el edificio biológico. Por ejemplo, como nuestras células no son capaces de dividirse más de 60 veces y, con cada división, pierden una de las puntas del ADN, los llamados telómeros –pérdida que acaba por matarlas–, es lógico que se investigue el modo de impedir esa reducción.
En el ámbito de ciertas especies del reino animal algunos investigadores vienen manipulando los genes, como los de la mosca drosófila, llegando a desactivar el gen que rige la hormona esteroidea (relacionada con la reproducción y el final del individuo) y han conseguido aumentar en un 20% la duración media de ese díptero. Cosa parecida ha ocurrido con los ratones.
Algunos premios Nobel de Medicina (Elizabeth Blackburn, Carol Greider y Jack Szostak) han conseguido una enzima capaz de proteger a los cromosomas del empobrecimiento biológico. Aunque podría también ser capaz de prolongar indefinidamente la vida de las células cancerosas. Esa ambigüedad biológica de la longevidad comparece incluso en los carburantes básicos que hacen funcionar el organismo humano, pues pueden tener efectos indeseables. Por ejemplo, la glucosa presta energía a las células, pero puede también endurecerlas, causando un daño irreparable. El azúcar acaba siendo también un acelerador del envejecimiento, volviendo rígidos el cristalino del ojo y la elastina de las arterias, perturbando incluso el funcionamiento de los riñones. Algo parecido ocurre con las grasas: de un lado, aportan energía a las células; pero, de otro lado, hace falta quemarlas y la combustión puede liberar “radicales libres” que son moléculas inestables de gran fuerza corrosiva. Las deficiencias celulares causadas por la oxidación se dispara en las personas mayores.
Pues bien, ya se están haciendo experimentos encaminados a insertar en el genoma de la drosófila y del ratón un gen capaz de fabricar un agente protector contra los radicales libres.
Pero la dieta adecuada es especialmente el factor más cercano para la prolongación vital. Por ejemplo, si se impone a los ratones un régimen alimenticio restrictivo (1/3 de su ración), se logra alargarles en un 50% la vida. La reducción de la dieta calórica hace durar más tiempo al animal por haberse menguado la combustión de las células; pero implica el riesgo de provocar un estado de inanición.
También en la dieta se presenta la ambigüedad biológica de la longevidad. Por eso, los científicos están detrás del hallazgo de un gen definitivo que minimice los efectos de la restricción calórica y que prolongue la vida. Por ejemplo Florence Solari, del Centro Nacional de Investigaciones Científicas en Lyon, ha identificado un gen de esas características, descubierto en el gusano C. elegans (SOLARI, 22). De cualquier modo, hay que seguir investigando para identificar químicamente la sustancia que neutralice en el organismo la oxidación celular.
Mientras ese prodigio llega, sólo nos cumple practicar la prevención nutricional, ingiriendo las sustancias alimenticias que tengan el mayor poder antioxidante, sobre todo de origen vegetal.
En cualquier caso, el régimen alimenticio de las personas mayores debe estar adaptado a nuestros genes, pareciéndose lo más posible al que tenían nuestros antepasados hace miles de años: frutas, verduras, granos y la menor cantidad posible de proteínas animales. Sería el modo más sencillo, más de sentido común, de liberarnos de una sobrecarga calórica que es un seguro impedimento de la longevidad.
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