En España «brindar» viene de una expresión alemana: Ich bringe dir’s, que significa «te lo ofrezco». Esta palabra llegó al español por medio de los soldados alemanes de Carlos V que en 1527 celebraron su victoria sobre Roma gritando esa expresión con sus copas alzadas.
Como acto de cortesía y de buenas maneras, la acción de brindar es muy simple: primero se levanta en alto la copa, a la altura de los ojos, iniciando un gesto reverencial con la cabeza, o entrechocando la copa con la de los otros; antes se expresa un deseo por la felicidad de alguien.
Significado humano del brindis
Brindar es una manera de mesa que tiene como protagonista especial al vino, alma a veces de la comida. Expresa un aspecto del ser moral del hombre que no sólo opera metódicamente para aportar a su cuerpo los alimentos necesarios, sino también para hacer de la comida un punto de reunión: primero de su familia y después de sus amigos, de modo que en una comida los convidados vengan a formar un solo cuerpo y un solo sentir.
¿Para qué se brinda? Los motivos esenciales del brindis se centran en la amplia gama de promoción material, espiritual, social, artística y religiosa de un ser humano. Cualquiera de estos aspectos es un motivo para brindar.
¿Por quién se brinda? Por alguien grande, y es grande porque lo queremos.
¿Por qué se brinda? También por algo grande, aquello que queremos para el amigo.
Tiene, pues, el brindis, una afinidad con la magnanimidad o grandeza de alma. En realidad, a alguien «grande» sólo se le puede obsequiar con lo mejor de nosotros mismos, con la propia libertad. En el brindis hay dos libertades que se miran. No se brinda desde una situación de necesidad, ni por una situación de necesidad.
Los motivos del brindis
Se puede brindar, en primer lugar, por algo personal: para no dejar solo a alguien; o para procurar abrirle un ámbito de vida, ofreciéndole ayuda, amistad, medios, facilidades, soluciones, oportunidades.
Se puede brindar, en segundo lugar, por algo general: social, estético.
Se puede brindar, en tercer lugar, por nuestra vida específica de seres racionales: seres comprometidos en una comunidad básica de vida, en una misma condición de seres humanos.
¿Con quién se brinda? Puede ser solamente con otro, a través del lenguaje del amor y de la amistad íntima. Puede ser con varios, mediante el gesto y el lenguaje de la amistad social. Se puede brindar con muchos: mediante el gesto y el lenguaje de la camaradería.
El vino, sustancia del brindis
¿Con qué se brinda? Especialmente con vino, bebida que dispone a la alegría y despierta la imaginación.
El vino encierra una profunda dimensión simbólica, la cual conjuga las facultades humanas más específicas: la voluntad, la inteligencia y el sentimiento.
En primer lugar, expresa la voluntad humana, y por eso fue entendido como licor de vida, de eternidad, de inmortalidad y de juventud: capaz de distender y unificar el propio ser, poniendo cultura en la técnica, relajación en la neurastenia de la gran ciudad, risa en el llanto y en la tristeza de la vida laboral, espíritu en la materia, concordia en la disgregación.
El vino manifiesta también la inteligencia, por lo cual se comprendió como elixir de conocimiento universal y profundo: de sabiduría, de verdad, de vida contemplativa y activa.
Por último, el vino expresa el sentimiento: y así fue entendido como néctar de alegría y de amor: elixir que supera los obstáculos y es unitivo. Capaz de eternizar el presente, frente a la eternización del pasado, poniéndonos ante el gran momento: lo eterno en el tiempo.
El brindis es relacional, se refiere al otro
El ilustrado Voltaire indaga, en su Dictionnaire philosophique, el origen de la costumbre de brindar a la salud. Y pregunta socarronamente si beber vino a la salud de uno mismo no es más natural que beberlo a la salud de otro. Voltaire inquiere sobre la utilidad que puede reportar a la salud del otro el vino que yo bebo. Habría que decir: en el fondo, ninguna. Pero Voltaire olvidaba quizás que al brindar por otro no trato yo de realizar un acto útil sino un acto in–útil (un valor interiorizado en la utilidad misma), en sintonía total con su promoción de vida. Por supuesto que no le deseo mal alguno, pero entre todos los bienes que al beber le deseo es el principal el de vivir. Por eso el própino de los antiguos romanos significaba aparentemente «bebo ante tí para que tú también bebas, te invito a beber» ; pero, más profundamente «bebo el primero deseándote un vivir feliz». Ese acto, en cuanto que es comunitario, era correspondido inmediatamente por el brindis de la otra persona que, de no hacerlo igual, mostraría no desear la felicidad de los demás invitados.
Por todas estas razones el brindis crea la sociedad convivial, frente a la superficial sociedad ingestiva que en estado ebrio levanta el vaso sin motivación alguna, salvo el de una inconsciente evasión.
El brindis en la historia
Los antiguos griegos tenían la costumbre de alzar la copa con vino en convites amistosos, diciendo: «Bebo por la amistad» (philotesías, porque philotès significaba amigo).
Ya Homero describe varias veces el acto solemne del brindis en los héroes de la primitiva Grecia. Por ejemplo, pone a la encantadora Hebe ofreciendo a los Inmortales el divino néctar y narra cómo estos dioses olímpicos se invitan mutuamente a beber, presentándose la copa los unos a los otros. Esto es lo que ya hacían en la mesa los griegos, de pie y con la copa en la mano. Relata asimismo cómo Ulises y Ayax son invitados a un festín que Aquiles les ofrece; al final de la comida se levanta Ulises, le presenta la copa y dice: ¡Salud, Aquiles! Y el mismo Ulises, a punto de dejar la patria de los feacios, asistiendo al banquete de despedida, se levanta al final, toma una copa, la pone en manos de Arete, esposa de Alcinoo, y le dice: ¡Yo te saludo, que seas feliz!
En la Grecia clásica se hacía pasar, en el preliminar de los convites, la copa de mano en mano para beber los unos a la salud de los otros, en medio de una alegría desbordante. Designaban incluso un symposiarca (rey del festín) para que fijara el instante y el modo de llevar los sucesivos brindis. Si alguno salía de un convite en el que nadie se había acordado de brindar por su salud se sentía afrentado y no podía considerarse amigo de aquella casa. Al final de la comida llegaban los brindis solemnes, hechos a grandes tragos, que todos debían realizar. Estos brindis eran acompañados con melodías y cantos. Se finalizaba brindando en honor de los dioses lares y de los héroes familiares.
También en Roma se practicaba el brindis. Hacia el final de la República y comienzos del Imperio se realizaba con gran suntuosidad y lujo, al final de la comida, una vez que los platos habían sido retirados. Se distinguían dos tipos de brindis: uno, a la salud de los asistentes y otro, la libatio, ofrecida a los dioses arrojando algunas gotas de vino sobre la mesa o sobre la tierra. En los convites particulares presentaban la copa y decían simplemente: própino. Cuenta Ovidio que si había mujeres, el varón enamorado escribía a veces sobre la mesa con vino el nombre de la agraciada antes de pasarle la copa. Era de rigor brindar también por el Emperador ausente, non solum in conviviis publicis sed privatis quoque.
La ambigüedad social del brindis
El brindis era, para el amigo, el momento de la gran confianza y, para el enemigo, la hora propicia de la gran traición, del veneno, de la venganza taimada. De Cleopatra, por ejemplo, se cuenta lo siguiente: «Al finalizar la cena, Cleopatra invitó a Antonio a brindar; él aceptó y tomó la corona de Cleopatra, deshojando sus flores en su propia copa; cuando se la llevaba a la boca, la reina le sujetó el brazo, diciéndole: conoced a la mujer contra la que sospecháis injustamente. Si yo pudiese vivir sin vos, señor, ¿me faltarían ocasiones y medios? A continuación mandó que viniera un esclavo, ordenándole beber de la copa de Antonio. El desgraciado bebió y expiró al instante».
Un brindis similar al de los antiguos era el de los medievales centroeuropeos paganos (Celtas, Galos, Bretanos y Germanos): «bebo por tí», decía uno, dándole la copa a otro. Y bajo la misma fórmula iba pasando de mano en mano.
En la tradición cristiana se mantuvo el brindis, aunque no hizo falta una libatio con vino para dar gracias a Dios por la comida. Bastaba una sencilla oración de entrada (la bendición) y otra de salida (la acción de gracias). Pero no todos los pueblos cristianos realizaron fielmente esta costumbre. Como muchos alemanes abandonaran esta práctica, el concilio de Maguncia del 847 consideró oportuno exhortar a los curas y a los monjes para que promovieran las oraciones de la mesa. Estas exhortaciones fueron inútiles. El papa Honorio III (1216-1226) recurrió a una estratagema gastronómica para que los alemanes volviesen a acordarse de Dios en las comidas: concedió indulgencias especiales a todo alemán que bebiera un vaso de vino después de las comidas finalizadas con una acción de gracias.
Brindis, convivencia, convite
La costumbre del brindis ha perdurado intacta en todas las culturas avanzadas y en las variadas formas o excusas de estar el hombre en la mesa con otros –política, vida familiar, galantería, amistad, etc.–, señal inequívoca de su significación simbólica universal: la de sellar un orden de convivencia.
En la mesa se busca la promoción individual y específica (comunitaria) de la vida misma, en su totalidad. Su fin no es algo de la vida, sino el subsistir de la vida misma. Por eso, en su profundo sentido antropológico, el brindis de la mesa no festeja la consecución de algo particular, sino la unión de los presentes en el acto fundamental de mantener su vida de seres racionales y sociales. ¿Por qué no hablar en este sentido de una convivencia en el convite (symposium griego, convivium latino), sociedad que no se establece para alcanzar un fin distinto de la vida misma?
No está fuera del orden convivial el uso del vino, por cuanto el vino despierta la imaginación y dispone a la alegría, dos factores convenientes en las reuniones en torno a la mesa. El culto que muchos pueblos antiguos profesaban al vino, en forma de ofrenda a divinidades paganas, encierra el aspecto suprazoológico de la verdad del hombre como ser imaginativo y lúdico. Con vino se brinda muy adecuadamente por la vida semidivina del hombre como ser abierto al mundo con sus sentimientos, su voluntad y su inteligencia, brevemente como ser espiritual y social.
El brindis, en fin, ha sido en la sociedad tradicional un modo de unión afirmativa con los demás: no una fusión dionisíaca, porque no buscaba la disolución de la personalidad, sino todo lo contrario: la afirmación noble de la personalidad propia y ajena.
El brindis en entredicho
Pero en la sociedad industrial, la imposición de la comida globalizada hace que se pierda el sentido del convite tradicional, basado en el sentido del tiempo convivial. Por lo tanto, la ingestión de bebida es un elemento más del proceso de la «jornada laboral», no una incisión vertical y ociosa en ese proceso, no una conjuración de lo mecánico y de lo útil. En el verdadero brindis uno mismo se siente nuevo: ello implica la afirmación del carácter supratemporal del hombre, el cual no ingiere como el animal: al brindar habla, ejerce la palabra, el logos, lo que los filósofos antiguos vieron como la plenitud de las capacidades humanas. El brindis es la hora de gratitud existencial.
Los usos actuales del brindis son, en sus maneras, más severos y graves –¿quizás menos cordiales?– que los antiguos. Es probable que, en un mundo tan tecnificado como el nuestro, no se vea ya el sentido profundo del hombre en el acto de comer. La pérdida del brindis sería un signo inequívoco de pobreza espiritual.
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