Un poema burlesco
El gran poeta castellano Jorge Manrique (1440-1479) cultivó tres tipos de temas: el moral, el amoroso y el satírico. El más conocido es el moral, por las “Coplas a la muerte de su padre”, en las que enhebra una inquietante meditación sobre la caducidad humana.
Pero no debe pasar desapercibida la parte satírica y burlesca, concretamente la de una composición suya titulada: «Un convite que hizo a su madrastra», representación esperpéntica de un banquete dedicado a esa señora.
Su madre doña Mencía de Figueroa falleció a temprana edad, por lo que su padre Don Rodrigo Manrique, Maestre de la Orden de Santiago, se volvió a casar con doña Beatriz de Guzmán y, tras su muerte, con doña Elvira de Castañeda. A su vez, Jorge Manrique se casó en 1470 con la joven hermana de su madrastra, doña Guiomar de Castañeda.
Tuviera o no ojeriza contra doña Elvira, lo cierto es que se dejó llevar por una tradición que vituperaba a las mujeres que no eran buenas para los hijos de la primera esposa, pero sí para los propios: las madrastras. En los dichos populares se decía: “Madrastra, el diablo la arrastra”; “Madrastra, madre áspera”; “Madrastra, ni de cera ni de pasta”; “Madrastra, aun de azúcar, amarga”; “A la madrastra, el nombre le basta”.
Así pues, a doña Elvira de Castañeda le dedicó, en plan burlesco, unos versos que hilan los platos y los modos de un convite en su honor. Ya los “modos” iniciales del convite son inverosímiles: correr, brincar, caer en un muladar.
Una irrupción excéntrica
Se inicia el preámbulo del convite al toque de cuerno, un instrumento musical de viento, de forma corva, que tiene el sonido de trompa: sirve por ejemplo, para empezar una montería; o en este caso, para iniciar los preparativos del convite.
Si doña Elvira debe entrar saltando por una pared para dar en un muladar, su servidumbre entraría por un albollón, desaguadero de aguas inmundas. Y les advierte a todas que su palacio carece de tejado, aunque está cubierto de telarañas y ortigas. La escalera que lleva al estrado no es de madera, sino de cuerdas, como las que se utilizan en las escaladas.
Ya en el interior, avisa que pisarán una alcatifa o alfombra rellena de broza; y que no descansarán su cabeza en almohada fina, sino en albarda o aparejo de caballerías: dos colchoncillos rellenos de paja y unidos sobre el lomo del animal. Les asegura que encontrarán una cama al sereno, con un colchón muy vacío de lana y muy lleno de pulgas; las mantas serán de lana lucia o tersa, pero siempre sucias.
-I-
Señora muy acabada:
tened vuestra gente presta,
que la triste hora es llegada
de la muy solemne fiesta.
Cuando yo un cuerno tocare,
moveréis todas al trote,
y a la que primer llegare,
de aquí le suelto el escote.
-II-
Entrará vuestra merced,
porque es más honesto entrar,
por cima de una pared
y dará en un muladar.
Entrarán vuestras doncellas
por bajo de un albollón,
hallaréis luego un rincón
donde os pongáis vos y ellas.
-III-
Por remedio del cansancio
de este salto peligroso,
hallaréis luego un palacio
hecho para mi reposo;
sin ningún tejado el cielo,
cubierto de telarañas,
ortigas por espadañas,
derramadas por el suelo.
-IV-
Y luego que hayáis entrado,
volveréis a mano izquierda;
hallaréis luego un estrado
con la escalera de cuerda;
por alcatifa una estera;
por almohadas, albardas
con hilo blanco bordadas,
la paja toda de fuera.
-V-
La cama estará al sereno,
hecha a manera de lío
y un colchón de pulgas lleno
y de lana muy vacío;
una sábana no más
dos mantas de lana lucia,
una almohada tan sucia
que no se lavó jamás.
Servicios estrafalarios
La disposición de los comensales en la mesa es hilarante: todos subidos a un asiento bien alto; aunque la mesa está hundida en un hoyo, “porque esté más a provecho”, o sea, para más fastidio. Los manteles serán de estopa, o sea de hilazas bastas y gruesas de cáñamo o lino. Los servidores irán sin ropa, “en cueros vivos”. El propio anfitrión, al ejercer su oficio, se presentará con sombrero de gastadas vedijas o lanas, sin camisa, sin collar, cayéndole por encima un jubón sin mangas, con una ropa corta y parda, forrada con piel de garduña, dispuesto al hombro un escopetón de chispa, llamado espingarda.
-VI-
Asentaréis en un poyo
mucho alto y muy estrecho;
la mesa estará en un hoyo,
porque esté más a provecho;
unos manteles de estopa;
por paños, paños menores:
servirán los servidores
en cueros vivos, sin ropa.
-VII-
Yo entraré con el manjar,
vestido de aqueste son;
sin camisa, en un jubón
sin mangas y sin collar;
una ropa corta y parda,
aforrada con garduñas;
y por pestañas, las uñas,
y en el hombro una espingarda.
-VIII-
Y unas calzas que de rotas
ya no pueden atacarse,
y unas viejas medias botas
que rabian por abajarse:
tan sin suelas, que las guijas
me tienen quitado el cuero;
y en la cabeza un sombrero
que un tiempo fue de vedijas.
Menú repulsivo
El primer plato es una ensalada de cebollas albarranas, unas liliáceas de tallo alto y un bulbo semejante al de la cebolla común, siendo sus cascos interiores más gruesos y viscosos, pero muy acres y amargos; va acompañada de una picada de estopa o cáñamo, cabezuelas de ranas, vinagre con hiel, aceite rosado.
El segundo plato, un pollo normal y cantor, un “gallo de la Pasión” (como el que cantó tres veces antes de que San Pedro la pifiara), gallinas con sus pollos, conejos y pájaros con sus nidos.
El tercer plato, arroz cocinado. Pero ¡de qué manera! “Hecho con grasa de un collar viejo y sudado”. Luego, en vez de azúcar y canela, el alcrebite, una especie de azufre.
Y de postre, una “pasta real hecha de cal y arena”, rociada de hollín y ceniza, para evitar el cardenillo –un letal acetato de cobre verdoso–. Su última y más provechosa aplicación consiste en formar un emplasto de todo eso para aplicarlo a la nuca o colodrillo, se supone que para rebajar el dolor de cabeza que habría producido tan nauseabundo menú.
-IX-
Vendrá luego una ensalada
de cebollas albarranas,
con mucha estopa picada
y cabezuelas de ranas;
vinagre vuelto con hiel,
y su aceite rosado,
en un casquete lanzado,
cubierto con un broquel.
-X-
El gallo de la Pasión
vendrá luego tras aquesto,
metido en un tinajón,
bien cubierto con un cesto,
y una gallina con pollos,
y dos conejos tondidos,
y pájaros con sus nidos
cocidos con sus repollos.
-XI-
Y el arroz hecho con grasa
de un collar viejo, sudado,
puesto por orden y tasa,
para cada uno un bocado,
por azúcar y canela,
alcrebite por ensomo,
y delante el mayordomo
con un cabo de candela.
-XII-
Acabada ya la cena,
vendrá una pasta real
hecha de cal y arena,
guisada en un hospital;
hollín y ceniza ensomo
en lugar de cardenillo,
hecho un emplasto todo
y puesto en el colodrillo.
Música final
No podía faltar un remate musical, de parecido genio al del menú servido. Se presenta una dueña no muy principal, sino de retrete, mostrando las pestañas y las cejas cosidas con hilos, mal calzada –con chinela y chapines–, llevando una vihuela en sus manos cubiertas con guantes de estambre –o escarpines–. Por tocado, un tocino o lardo. En fin, un adefesio. La pobre mujer hace lo que puede: de frente va mostrando su sayal que viene a tener dos partes: una delantera, que es un balandrán –vestidura talar ancha que solían usar los eclesiásticos–; otra, trasera, rajada, que mostraba las “nalgas todas de fuera”.
-XIII-
La fiesta ya fenecida,
entrará luego una dueña
con una hacha encendida,
de aquellas de partir leña,
con dos velas sin pabilos,
hechas de cera de orejas;
las pestañas y las cejas
bien cosidas con dos hilos.
-XIV-
Y en el un pie dos chapines
y en el otro una chinela;
en las manos escarpines,
y tañendo una vihuela;
un tocino, por tocado;
por sartales, un raposo;
un brazo descoyuntado
y el otro todo velloso.
-XV- CABO
Y una saya de sayal
forrada en peña tajada,
y una pescada cicial
de la garganta colgada,
y un balandrán rocegante,
hecho de nueva manera:
las faldas todas delante,
las nalgas todas de fuera.
*
Quizás la pobre doña Elvira sufriera un desmayo al leer estos versos. O quizás acabaría riéndose loando el ingenio de su hijastro, el señor Manrique.
Apuesto que no hay concursos en televisión que lleguen a emular la zumba de nuestro ilustre poeta en el trajín del convite.
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