De un Cíclope para Galatea
Los días últimos de junio y primeros de julio son ya tiempo de cerezas. Para mí vienen a ser, en el reino de las frutas, como las rosas o los claveles en el feudo de las flores. Una vez quise obsequiar a una dama y, en vez de flores, le envié una banasta de cerezas. Acerté.
En nuestros clásicos la cereza ha sido una fruta que aparece en versos y prosas con objetivos distintos. Sólo voy a referirme a versiones españolas que se hicieron de la famosa fábula de Galatea, ninfa recreada en las Metamorfosis por Ovidio (siglo I a.C.) y también en las Églogas de Virgilio (s. I a.C.). Ya antes, desde el siglo V a.C., los poetas griegos trataron el amor de Polifemo por Galatea. Ella era una agraciada moza –una de las nereidas que residían en el mar, jóvenes hermosas de largos cabellos adornados de perlas–; era requerida por un loco enamorado, el gigante o cíclope Polifemo, para que dejara las aguas y se integrara con él en la vida de tierra adentro. El cíclope quiso rendir a la bella Galatea muy especialmente por el apetito gastronómico: ofreciéndole a la ninfa no sólo obsequios de animales, sino también de frutas, tales como las cerezas, entre otras.
Inspirados en Ovidio y Virgilio los autores modernos –especialmente los españoles del Siglo de Oro– llegaron en sus descripciones a niveles poéticos inigualables. Entre las más famosas “Galateas” de nuestra literatura figuran La Galatea de Miguel de Cervantes, una novela pastoril; y la Fábula de Polifemo y Galatea, poema de Luis de Góngora.
Pero hay más autores que aprovecharon el clima idílico que describieron Ovidio y Virgilio. Voy a espigar tres, que adosan hábilmente un adjetivo o un epíteto a cada fruto, consiguiendo no sólo innegables aciertos poéticos, sino también atinados inventarios gastronómicos. Seguir leyendo