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Cenas medievales con hipocrás

Caballeros en la mesa. Iluminación de un manuscrito medieval. Sobre el mantel no hay cubiertos, salvo el gañivete que alza un comensal. Sólo hay dos copas para varios comensales.

Una mesa medieval con su ambiente

Entre los años 1993 y 2007 tuve ocasión, con mi buen amigo Manolo Sarobe, de alentar y dirigir algunas comidas medievales, a ruego de restauradores de la zona de Sangüesa. La única condición que pusimos fue que los menús tenían que ser “auténticos”, sin incurrir en la errónea fantasía  de que pudieran asimilarse a cualquier tripada de glotón (mucha morcilla, mucha carne asada… mucho colesterol). El buen quehacer de los cocineros, la equilibrada experiencia de Sarobe y mis propios estudios sobre recetarios medievales y renacentistas hicieron posible la organización y buena marcha de aquellos eventos.  Tales cenas fueron degustadas durante 15 años seguidos; y quedaron suprimidas por el Consistorio, a pesar de las protestas vecinales.

Al anochecer de los fines de semana veraniegos quedaba tenuamente iluminado con antorchas el claustro medieval del antiguo convento de El Carmen, de cuyos aposentos interiores salían  golpes de vahos deleitables, olores recónditos  y extraños, cantos gregorianos sorprendentes, como si toda una época amortecida viniera a renacer en un concreto espacio y tiempo navarro, ante un público sorprendido y atento. Los sirvientes, camuflados de lacayos, iban vestidos sencillamente al modo medieval: ellos con sus  ajustados chalecos y sus calzas; ellas con largas faldas festoneadas y un pintoresco pañuelo ceñido a la cabeza.  Traían el servicio en parihuelas, como lo habíamos visto en cuadros y dibujos antiguos.  Seguir leyendo

Aquel viejo vino español

Guerrit van Honthorst, "Violinista con copa de vino" (1624). Admira el intenso rojo cereza del líquido, sus reflejos, su transparencia, su limpidez... pero jamás tuvo la oportunidad de catar unos vinos tan excelentes como los que la técnica actual ha hecho posibles.

 

El caballero ha tomado en su mano una transparente copa de de vino. La observa fijamente mientras la balancea con un suave giro. Se la lleva a los labios y amaga un sorbo; paladea y  exclama: ¡Pardiez, gran clase! Este caballero, español por más señas, podría haber sido  Don Juan:  el de Tirso o el de Zorrilla. Pero aquel Don Juan, bebedor y porfiado, jamás tuvo la oportunidad de catar unos vinos tan excelentes como los que la civilización ha hecho posibles en su copa, con sus técnicas, sus inoxidables y su control de temperatura. Seguir leyendo

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