Pieter Aertsen (1508-1575) “Bodegón con carne y Sagrada Familia”. En primer plano se ofrecen al comprador los objetos de deseo: grandes piezas cortadas, patas de cerdo, sopas, cadenas de embutidos y aves de corral muertas. Pero en un segundo plano, se dibuja lo que puede frenar la glotonería: escenas religiosas que provocan un comentario sobre cuestiones de prudencia y actitudes frente a la vida.

Pieter Aertsen (1508-1575) “Bodegón con carne y Sagrada Familia”. En primer plano se ofrecen al comprador los objetos de deseo: grandes piezas cortadas, patas de cerdo, sopas, cadenas de embutidos y aves de corral muertas. Pero en un segundo plano, se dibuja lo que puede frenar la glotonería: escenas religiosas que provocan un comentario sobre cuestiones de prudencia y actitudes frente a la vida.

¿Permanentes o sustitutos?

En cualquier contexto histórico, el alimento no sólo cumple su misión por sus características nutricionales propias, las que cubren las necesidades básicas inmediatas del organismo, sino también por otros efectos complejos a largo plazo, atisbados muchas veces por una larga experiencia social, atenta a la naturaleza de ese alimento.

Lo que antes propiciaba la misma naturaleza es ahora ampliado  en gran escala por artificiales procedimientos químicos y físicos; y a tales alimentos bifaces (nutren y remedian),  se les llama hoy «funcionales». El hecho de que a estos alimentos le sean agregados componentes biológicamente activos –como antioxidantes, vitaminas, minerales, ácidos grasos y fibra–, en nada debería cambiar su función nutricional: pues sólo son fortificados para, en algunos casos, mejorar la salud y reducir el riesgo de contraer enfermedades. Por ejemplo, en Corea del Sur fueron introducidos (1980) para mejorar la calidad de vida de la población y cubrir deficiencias pandémicas. Entran en este tipo de alimentos los cereales, los lácteos y también los alimentos de diseño.

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