No puede faltar en un blog de gastronomía el poema de Baltasar de Alcázar titulado “Cena jocosa”, una deliciosa pieza literaria que me hicieron aprender de memoria en mi niñez, siendo mis retóricas declamaciones el deleite de los abuelos.
Y es importante para la gastronomía por tres razones etnológicas: primera, porque la cena susodicha conjunta una serie de elementos básicos en la pirámide alimentaria: azúcares, proteínas, vitaminas. Segunda, porque se refiere a grupos corrientes de alimentos en el ámbito jiennense: como las aceitunas, el pan, la morcilla, el queso y el salpicón (este último podía ser un fiambre de carne picada con pimienta, sal, vinagre y cebolla). Tercero, porque indica un tipo de vino que era alabado en el siglo XVI: el “aloque”, un tinto claro o del que resulta de la mezcla de vino blanco y tinto. También habla de un recipiente para vinos, el pichel, un vaso de estaño, alto y redondo, con su tapa engoznada; y de otro recipiente, la bota, un cuero pequeño empegado por su parte interior y cosido por sus bordes, que remata en un cuello con brocal de cuerno o madera, destinado especialmente a contener vino.
Baltasar de Alcázar nació en Sevilla en 1530. Aunque fue un buen humanista, se dedicó a la carrera de las armas, sirviendo a las órdenes del marqués de Santa Cruz y de Álvaro de Bazán. Retirado del ejército, ejerció como alcaide de la villa de Molares, para ocupar luego en Sevilla el cargo de tesorero de la Casa de la Moneda y Veinticuatro, administrador también del conde de Gelves. Murió en Ronda en 1606.
Sus poemas son festivos o jocosos, y a veces satíricos. El placer de la buena mesa (la de entonces) comparece con matices amablemente hedonistas, con talento para la métrica e ingenio en la composición.
La “Cena jocosa” está compuesta en redondillas (cuatro versos octosílabos), hilvanadas con ingenio y gracia, adjetivando los manjares que componen la cena y mostrando aspectos costumbristas inolvidables.