No hay gustos universalmente idénticos en la raza humana.
El hombre no nace determinado por una preferencia gustativa de alimentos concretos. En esto se diferencia de los animales, los cuales llevan genéticamente inscritas sus preferencias y se atan de manera permanente y definitiva a ciertos alimentos bien precisos. Pero el ser humano, en cuanto omnívoro, debe adaptarse continuamente a los cambios de alimentos que se producen en su medio. Una inscripción gustativa genética le llevaría a extinguirse de la tierra tan pronto como dejara de existir el concreto alimento.
Existen algunas aptitudes genéticas
Se trata de aptitudes genéticas heredadas por los individuos. Tales son ciertas diferencias de aptitud para detectar los olores o sabores de alimentos. Por ejemplo, la sacarina –un edulcorante artificial– tiene para muchas personas un gusto amargo, debido a unos genes dominantes que permiten detectar sus componentes amargos; luego la aptitud de sentir el gusto dulce de la sacarina es genético. Pero hay más sustancias de esta índole. «Existe un producto químico, por ejemplo, cuyo nombre es PTC (phénylthiocarbamida), que parece ser extremadamente amargo para el paladar de ciertos personas, y no tener ningún gusto para otras. Estudios genéticos han mostrado que esos caracteres eran heredados. La mayoría de los Amerindios están en la categoría de quienes pueden detectar el amargor del PTC; algunos de sus grupos se encuentran en un 100% en este caso. Los «gustadores» son también más numerosos en ciertas partes de Africa y de Extremo Oriente que en la India y en Europa, donde son mucho más raros. (Esos «gustadores» tienen verosímilmente más aversión hacia más alimentos que los «no gustadores», un rasgo que puede tener un carácter adaptativo, pues puede evitar el consumo de alimentos eventualmente tóxicos)» [Farb/Armélagos]. Seguir leyendo