Ejercicios
Una vez elegido el ambiente oportuno para conservar la salud, se ha de procurar el debido ejercicio. No se trata del ejercicio propio de los juegos, torneos y justas medievales –accesibles a unos pocos– cuya expresión novelada llena bibliotecas; sino de «ejercicios» destinados a provocar una reacción fisiológica, concretamente el aumento del calor natural.
Se trata de incrementar el calor natural que hay en el estómago y en los miembros y de expulsar las superfluidades de «la tercera digestión, la que acontece en los miembros: y así abre los poros y evacua las superfluidades que en ellos existen»[1]. Por eso dice Arnaldo que el ejercicio ha de preceder a la refección o comer por dos cosas: «una, porque despierta el calor natural, por quien debe hacerse la digestión de la comida; de donde conviene que el mantenimiento que tomamos halle al tal calor despierto o movido y no muerto o adormido. La otra es porque resuelve las superfluidades del cuerpo y las dispone para la expulsión de ellas. Las cuales, si quedaren dentro del cuerpo, no puede la naturaleza de los miembros obrar bien sus acciones, pues es cierto que disminuyen el calor natural y atapan los lugares por donde ha de pasar el alimento.»[2].
La doctrina fisiopatológica galénica admite, como vimos, que hay un «calor innato», mediante el cual se llevan a cabo los procesos de digestión, asimilación y excreción en el organismo. El ejercicio es buen conservador de la vida humana, en tanto despierta el calor natural, gasta las superfluidades del cuerpo y fortifica las virtudes, especialmente las naturales.
El ejercicio realizado antes de comer se llama «natural«, una vez lanzadas las superfluidades de la primera o segunda digestión, las cuales son «orina y cámara». El ejercicio realizado después de comer se llama «innatural«. De manera que se prohibe pasear, realizar el coito o bañarse después de comer, norma que deben seguir especialmente los secos y cenceños[3].
De las superfluidades, unas son gruesas y otras sutiles, según las digestiones que las originan. «Y aunque las superfluidades gruesas, como son las de los intestinos y vejiga, salgan de algunos cuerpos sin el ejercicio, con todo, las sutiles que deben ser echadas por los poros del cuerpo, y las que muchas veces se allegan y juntan en los tendones y ataduras de los miembros, y entre el cuero y carne, muy pocas veces salen del cuerpo sano, si no es con el ejercicio; no sólo porque suda muy poco, pero aun porque casi nunca se hallará uno que viva tan escasa y moderadamente que el calor natural, siendo poco, pueda consumir las superfluidades de aquellos miembros, o que sea tan poderoso que resuelva y aniquile aquéllas del todo. Conviene, pues, antes de la comida, hacer ejercicio»[4]. Y hacerlo de modo proporcional –poco o mucho– a la cantidad de comida que debe ingerirse.
Antes de la comida y cena se debe hacer ejercicio moderado y uniforme: «entiéndese moderado, cuando después de hecho queda la persona con algo más alegría y contento, y con los miembros más aliviados y ligeros. Porque si dolieren o se sintieren fatigados, el tal ejercicio no fue moderado, sino en demasía, y así, en comenzando a sentirse fatigado, conviene dejarse. Dícese uniforme, cuando igualmente las partes inferiores y superiores del cuerpo, proporcionalmente, se despiertan, así que sea yendo a pie como a caballo, o ejercitándose de otra cualquier manera»[5].
La tradicional doctrina hipocrática sobre la dieta, tomada en un sentido amplio, recomienda que ninguno ha de comer más de lo que puede gastar y digerir, debiendo estar dispuesto para los ejercicios, aunque limitándolos cuando causan dolor, pesadumbre o quebranto. Ni todos deben hacer ejercicio de la misma manera: es preciso atender a la complexión de cada cual[6].
Que no debe hacerse ejercicio después de comer, lo prescribía también un dicho o refrán antiguo: Acabado de comer, / ni un sobrescrito leer. Pues «la actividad circulatoria en el aparato digestivo, durante la digestión, no debe desviarse a otro territorio orgánico desarrollando otro trabajo, cuando menos, en la primera hora»[7].
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El uso de «masajes» (fregamientos y frotamientos) está unido inseparablemente al ejercicio en los Regimina sanitatis medievales, especialmente los de origen árabe. A semejanza del ejercicio, tienen los masajes tres fines: eliminar los residuos o superfluidades de la «tercera» digestión, aumentar el calor natural y poner en forma los músculos, bien ablandándolos, bien endureciéndolos.
Los que se ven impedidos por su oficio u ocupaciones a realizar moderados ejercicios, deben suplirlos con fregamientos, porque estos previenen el movimiento y ayudan a evacuar las superfluidades de la tercera digestión.
Pero algunos masajes se hacen incluso después del ejercicio, «para resolver la superfluidad subcutánea que por el ejercicio no fue bien resuelta»[8]. Dar friegas a los músculos antes del ejercicio es también recomendado por Lobera: «Los cuerpos se preparan a los ejercicios convenientemente por las friegas (per fricationem). Especialmente si alguien se ha de aplicar a un ejercicio con más vehemencia. Pues hay peligro de que a los atletas se le rompan los vasos cuando comienzan a moverse antes de que se flexibilice (molliat) todo su cuerpo y queden sutilizadas las superfluidades y dilatados los poros mediante las friegas moderadas, sirviéndose de aceite dulce. Existe el peligro de que las superfluidades obturen los poros empujadas por el ímpetu de los espíritus. Pero no habrá peligro alguno si poco a poco las friegas procuran precalentamiento (precalefaciens), ablandan lo endurecido, sutilizan lo húmedo y dilatan los poros»[9].
Como, según la doctrina hipocrática, el fregamiento tiene el poder de abrir, de cerrar, de engordar y de enflaquecer, habrá –por el modo de hacerse– cuatro tipos de fregamientos: el duro para cerrar, el blando para abrir, el mucho para enflaquecer, el poco para engordar. Cada uno usará de estas modalidades, según lo dicte su necesidad[10].
A cada tipo de fregamiento corresponde un medio idóneo de hacerlo. De los fregamientos, «unos son ásperos, otros blandos, otros diversivos, otros resolutivos y otros atractivos. Los ásperos, hechos con paños ásperos, sacan presto la sangre a las partes de fuera; los blandos se hacen con paños de lienzo blando o con las manos, y si estos son universales ayudan mucho a robustecer el cuerpo; los atractivos tienen el medio con los blandos y ásperos, y lo mismo hacen los resolutivos»[11].
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Lo que el ejercicio no consigue lo proporciona el baño. Dos funciones se le asignaban al baño:
1ª. Expulsar las superfluidades allegadas en tendones y ligaduras de los miembros, bien por no haber hecho ejercicio, bien por haber comido demasiado (expulsión de los desechos de la «tercera» digestión).
2ª. Eliminar el sudor depositado en la piel. «Según regimiento de sanidad, sólo aquellos deben bañarse, en quienes se allegan en los tendones y ataduras de los miembros y partes intercutáneas muchas superfluidades por no haber hecho ejercicio o haber comido demasiado y los que por haber sudado mucho en el ejercicio u otra causa el baño les es necesario»[12].
La Escuela de Salerno prohibía los baños cuando había «reúma, dolor de cabeza, ojos lacrimosos, úlceras, plagas, estómago lleno y estación cálida. Cuando te sientas mal es saludable evitar el baño. El baño tomado después de comer hace engordar, pero tomado antes, hace enflaquecer […]. Con el estómago lleno guárdate de meterte en el baño; sólo cuando la comida sea digerida puedes entrar»[13].
En realidad la Escuela de Salerno conocía cinco tipos de baño: dulcia (dulces), salsa (salados), frigida (fríos), sicca (secos), pinguia (grasos) y macra (magros)[14]. Los tres primeros llevan su nombre del tipo de agua (dulce, salada, fría) que usaban. El baño seco consistía en cubrirse el cuerpo con ceniza templada o con arena; el baño graso era una inmersión en leche o en aceite. El baño magro era el que provocaba sudoración, mediante vapor.
Se comprende el papel decisivo que el baño tiene entre los medievales para modificar el hábito corporal de los individuos, gruesos o delgados. El tratamiento de la excesiva delgadez exige que el sujeto entre en el baño caliente después de haber comido, siempre evitando sudar, de modo que por la acción atractiva que tiene el calor sobre los humores los productos alimenticios emigren hacia la piel, produciendo la correspondiente dilatación. El tratamiento de la obesidad aconseja que el sujeto se someta en ayunas a un baño de vapor, para provocar sudoración abundante y eliminar así las sustancias de los miembros[15].
Por último, acerca de los miembros que especialmente deben ser lavados, Arnaldo aconseja que «las piernas y plantas de los pies, para conservación de la salud, de la vista y oído y también para la memoria, lávense y foméntense muchas veces con agua moderadamente caliente; y el tal lavar hágase a la noche, a la que querrán ir a acostarse los días que se ofreciera no cenar. La cabeza lávese a lo menos de veinte en veinte días, no se lave más de una vez cada semana y no sea con el estómago lleno, sino antes de comer o mucho después de haber comido y antes de cena, si tuvieran intento de cenar»[16].
La Escuela de Salerno consideraba que las suciedad de las manos eran un vehículo de infecciones, causando también irritación a los ojos. Por eso ordena: «Si quieres conservarte sano, lávate con frecuencia las manos. Lavarse las manos después de la comida acarrea dos beneficios: te limpia las palmas y te hace la vista aguda»[17]. Lobera, siguiendo el sentir de Avicena, prescribe que el hombre se lave diariamente por la mañana «las manos, cara y ojos con agua fría. La causa es porque cada cosa se ha de conservar con su semejante y porque los ojos son fríos de naturaleza, como dicen Galeno[18] y Avicena[19]. Dice también Avicena que lo que más alimpia los ojos y los conserva es meterlos en agua fría clara […]. Y por esta razón, los que se lavan con agua caliente yerran»[20].
El baño se prohibe siempre inmediatamente después de la comida. No está indicado tampoco a los que tienen excesiva debilidad (porque puede destruir las pocas fuerzas), así como a los que padecen diarreas (intestino húmedo, para no aumentar la humedad), estreñimiento (intestino seco, para no aumentar el calor) y hemorragias (para no excitar la sangre)[21].
[1] Lobera 2, fol. III.
[2] Arnaldo de Vilanova, nº 6.
[3] Lobera 1, 30-31.
[4] Arnaldo de Vilanova, nº 7.
[5] Arnaldo de Vilanova, nº 9.
[6] M. Savonarola, 169.
[7] A. Castillo de Lucas, Refranero médico, 2.
[8] M. Savonarola, 169-170.
[9] Lobera 2, fol. IV.
[10] J. Sorapán, I, 394-395.
[11] M. Savonarola, 169-170.
[12] Arnaldo de Vilanova, nº 11.
[13] Regimen sanitatis salernitanum, VIII. El agua penetra durante el baño a través de los poros y diluye los humores orgánicos; si el baño es de agua templada, se dilatarán más los poros y se facilitará el exceso de humedad en el organismo.
[14] Regimen sanitatis salernitanum, VII, XVI.
[15] P. Gil-Sotres, op. cit.
[16] Arnaldo de Vilanova, nº 12-13.
[17] Regimen sanitatis salernitanum, 4, 3.
[18] Galeno,3 Tegni.
[19] Avicena, Quarta primi, c. 1.
[20] Lobera 2, fol. II
[21] P. Gil-Sotres, op. cit.
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