Francisco Bayeu y Subías (1734- 1795): “Merienda en el campo”. Sigue en esta escena campestre la tradición del barroco español y la pintura italiana del siglo XVIII. Un relajado grupo de hombres y mujeres, sentados en el suelo, son servidos por unos diligentes domésticos.

 Dieta y alimentación imaginaria

Pensando que mis lectores esperan de este blog algo sensato, estaba yo dándole  vueltas a entrar o no en este tema del encabezamiento, que en cuanto a interés seguramente despierta “el lado oscuro de la fuerza”, como se dice en La guerra de las galaxias.

Me ocurre con frecuencia que cuando rebusco en una librería los temas de gastronomía y cultura alimentaria suele aparecer en el correspondiente anaquel un libro o una novela que establecen una peregrina relación entre comida y sexo, en la forma de una erótica alimentaria. Salta también ese interés en revistas, en algunos folletos dietéticos y en un sinfín de escritos más.

Hace cierto tiempo la revista italiana de gastronomía Vie del gusto preguntó a 100 sexólogos y nutricionistas cuál es la relación entre la comida y el deseo sexual. Una gran mayoría (65%) respondió que quien sigue una alimentación correcta y equilibrada está en mejor disposición de afrontar satisfactoriamente su función sexual.

Dicho así, es una forma de no decir nada. En realidad los que siguen una dieta correcta y regular tienen una vida equilibrada y, de un modo concreto, una relación más satisfactoria con el amor de su vida; de igual manera que la podían tener con su corazón o con su hígado. E incluso podían haber añadido: y también una mejor función cerebral, o hepática, o muscular o glandular en todas sus manifestaciones, etc. Pero si se reduce esa respuesta, que es general, a solo el aspecto sexual, puede dar la impresión de que hay alimentos que son propiamente excitantes eróticos,  afrodisíacos, por ejemplo. Ahora bien, está claro que quien no come, o come mal –ingiriendo sólo afrodisíacos o estimulantes eróticos– se dispone a una disfunción o a una enfermedad. Lo que ocurre es que un afrodisíaco, en su sentido más estricto, tampoco es un alimento; como no lo es una aspirina. No se puede confundir el alimento con el medicamento, aunque sea una pócima para estimular el vigor sexual.

La erótica alimentaria fue conocida ya por los griegos –y quizás por todos los mortales, desde que el mundo es mundo–. Conocían algunos alimentos que, además de nutrir, parecían encerrar elementos estimulantes que, sin ser nutrientes propiamente dichos, espoleaban el deseo sexual: las ostras, los ajos, la menta, la albahaca, la zanahoria, los huevos, los pistachos, la canela, los berros, y algunos más. El caso es que no he hallado un acuerdo entre los bioquímicos y fisiólogos actuales para designar un nutriente que en su forma propia y esencial de “nutrir” sea erótico o afrodisíaco: puede serlo, pero no de manera esencial, sino accidental, por los productos químicos que, sin ser nutrientes, acompañan. Por lo tanto, no veo acuerdo en la actualidad sobre los alimentos que de suyo tengan el poder de incrementar la libido.

En verdad, así como existen publicitadas “dietas mágicas” que precisamente los buenos dietistas rechazan por no ser “razonables”, sino más bien “imaginarias” y en muchos casos dañinas, así también la erótica alimentaria pertenece al reino de la fantasía, a veces desbocada en un mundo tan sexualizado como el nuestro. Existen decenas de publicaciones, cuyos títulos se refieren a las mejores recetas sexuales para gourmets, recetas que, faltas incluso de imaginación, se desbordan en palabrería hueca. Precisamente la imaginación, con su fuerza evocadora, puede hacer de una serpiente un hada madrina, como en los cuentos. Tuve ocasión de comprobar, haciendo el servicio militar, que un sargento “potenciaba” el vigor de sus soldados haciéndoles creer –o imaginar– que la almendra comestible del piñón garantizaba una fabulosa resistencia; aquellos jóvenes pasaban parte de sus horas libres cascando piñones. ¡Desternillante!

Estoy convencido de que un elemento gastronómico es afrodisíaco si hay gente fantasiosa ya dispuesta a que lo sea: a un restaurante erótico no se va para nutrirse bien, sino para imaginarlo.

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Una pizca de vieja filosofía

Como soy filósofo, quiero terminar con una reflexión que se halla en Aristóteles –en su libro Sobre la generación y la corrupción–, que no por vieja es menos interesante, la cual relacionaba muy plausiblemente el alimento y el sexo.

Por un lado, decía este pensador que el uso de los alimentos está al servicio de nuestra vida, pues los tomamos para evitar la enfermedad o la muerte, que pueden sobrevenir si se extinguieran los fluidos biológicos naturales. Además el uso de los alimentos es necesario para el crecimiento (augmentum).

Por otro lado, también  el ayuntamiento del hombre y la mujer está al servicio de nuestra vida, pues se ordena a la generación (generatio), mediante la cual, lo que no puede conservarse siempre según el individuo, se conserva según la especie. En esta vida el uso de los alimentos se ordena a un fin, ya que el alimento se toma para que mediante la digestión se transforme en carne, sangre, huesos, etc. Y, si el hombre no comiese, tampoco haría uso de lo sexual o venéreo, que requiere la secreción seminal.

 Explicaba muy juiciosamente que el placer que hay en dichas acciones –tanto en la sexual como en la alimentaria– no es fin de las acciones mismas, sino más bien lo contrario: pues la naturaleza dispuso los deleites en esos actos necesarios a fin de que los vivientes no se abstuvieran de ejercerlos a causa de los trabajos –de embarazo, de educación, etc.– que provocaban; cosa que sucedería si no apareciese con fuerza el deleite. Por tanto, habría un cierto desorden biológico y antropológico si tales acciones sexuales se ejecutaran solo por deleite. A no ser que algunos pensaran, como los materialistas, que la felicidad del hombre está en los deleites corporales, que son la comida y el goce sexual. De ahí concluye Aristóteles que en esta vida es desordenado que alguien use por sólo placer los alimentos y el goce sexual, y no por la necesidad de sustentar el cuerpo o procrear la prole.

Por último, los placeres más importantes, según Aristóteles, son los que están ligados a la conservación de la especie humana o del individuo; y esto puede considerarse de dos maneras: principal o secundariamente. Es objeto principal el uso de una cosa necesaria, por ejemplo varón y mujer, en orden a la conservación de la especie; o alimento y bebida, para la conservación del individuo. Dicho uso lleva consigo un placer inseparable, esencial al acto. Es cosa secundaria toda añadidura a este uso esencial, que le hace ser más agradable; por ejemplo, la belleza del varón o de la mujer, los perfumes y adornos; o el buen sabor y olor de los manjares. Porque las auténticas delicias o deleites radican principalmente en la sustancia misma del alimento como nutriente; sólo en forma secundaria están en el sabor exquisito y en la preparación de los manjares.

Matizar lo dicho por Aristóteles requeriría un libro entero. Me basta advertir que él no pretendía hacer una invectiva contra la gastronomía. Todo lo contrario, pues sólo quería poner a cada cosa en su sitio.