Vincent van Gogh (1853-1890). Un “amanecer” dulce y lento, bajo la calidez del sol naciente, que emite su bendición a la tierra y excita el terreno para la vida, en todas direcciones: hace desaparecer las sombras y lo llena todo de coloridos reflejos.
Quiero hacer una pequeña e inocua reflexión personal, referente a los nombres (“estrellas”, “soles”) aplicados a los galardones que conocidos restaurantes reciben.
Lo cierto es que “sol” tiene cierta ventaja cósmica sobre «estrella», pues siempre fue considerado como una “magna stella”, centro de nuestro sistema planetario.
Ateniéndonos a la vista, miramos a las estrellas de abajo arriba, para gozar de su excelsitud. En cambio, el sol no puede ser mirado de esa manera, pues perjudicaría nuestros ojos.
Ahora bien, ateniéndonos a los efectos beneficiosos, es claro que el sol significa luz, calor, animación; cosa que no se le puede pedir a una «longinqua stella». Pero es algo que se le debe pedir a un restaurante.
Tiene además el “sol”, como premio gastronómico, la aventurada cualidad innata de “volver”; y así hablamos del tiempo que el sol “parece” emplear en dar una vuelta alrededor de la Tierra (aunque en realidad sucede lo contrario): el año que viene, ya veremos.
Espero que los restaurantes agraciados con “soles” recuerden, para su propio bien, el uso coloquial de “sol con uñas”, que refiere el hecho de que a este astro se le interponen a veces algunas nubes ligeras que no le dejan despedir su luz con toda claridad y fuerza. Y para los que todavía no han conseguido “soles” me permito recordar el dicho tan español de que “aún hay sol en las bardas”, pues no está perdida la esperanza de conseguir algo. Y si no, el tiempo al tiempo.
En fin, hay un calificativo que me permite el refranero, “ser un sol”, y que yo reservo tan sólo para ponderar afectuosamente las cualidades de mis alumnos, de mis amigos y, por supuesto, de mis nietos: sin valoración gastronómica alguna.