Wilhem Lehmbruck (1881-1919): “Joven sentado”. La poderosa energía corporal de “El pensador” de Rodin se desvanece en las figuras de Lehmbruck, sin pasión, sin ganas de vivir, prendidas en unas delgadas formas carentes incluso de modelado. El “Joven sentado” sólo “tiene” cuerpo, pero no “es” ya cuerpo.

Ser cuerpo y tener cuerpo

Desde un punto de vista «alimentario» podemos sentir el cuerpo de varias maneras, al menos dos principales, vinculadas a la importancia o relevancia que para nosotros tenga el propio cuerpo. Hablo de una importancia que va más allá de placeres momentáneos o duraderos; tan más allá, que se trata de un sentimiento profundo que no es fácilmente captable por la psicología.

Me explico. El sentimiento alimentario está conec­tado a las dos actitudes básicas que el hombre mantiene con su cuerpo: la acti­tud de tenerlo, y la actitud de serlo. Y ocurre que en una sociedad in­dividualista como la nuestra, muchas personas, cada vez más, no quieren ser cuerpo, sino tenerlo.

Fue principalmente la filosofía francesa, con autores como Gabriel Marcel y Maurice Merleau-Ponty, la que describió coherente­mente la relación en­tre el ser y el tener, dentro de la vivencia originaria del cuerpo.

Hay, desde luego, en la vivencia del cuerpo, una jerarquía entre el ser y el te­ner. El ser cuerpo es lo propio, pero como originario; el tener cuerpo es tam­bién lo propio, mas como derivado. Por tanto, yo puedo decir que soy cuerpo, pero debo añadir que lo soy únicamente en el modo de tenerlo; y puedo decir también que tengo cuerpo, pero no como tengo o poseo un bolígrafo o una corbata, sino que tengo cuerpo únicamente en el modo de serlo, porque es el lugar de mi identidad personal, cosa que no ocurre con mi bo­lígrafo ni mi corbata.

Aunque la explicación anterior pueda parecer un trabalenguas, lo cierto es que si existe una equilibrada relación antropoló­gica entre el ser y el tener, entonces el hombre está a gusto en su cuerpo y con su cuerpo, sencillamente porque no sólo lo tiene, sino por­que expresa su identidad personal.

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Ascética y gastronomía: la unidad del hombre

De una relación equilibrada entre el ser y el tener nacen dos actitudes ante el cuerpo aparentemente contradictorias: la ascé­tica y la gastronomía.

La ascética (con sus distintas prácticas de ayuno o absti­nencia) sirve para re­cordar que no soy totalmente el cuerpo, sino que lo tengo. Y la gastro­nomía (con sus apreciación de sabores y olores) ayuda a recordar que mi cuerpo no es un yo ajeno: no tengo meramente el cuerpo, sino que lo soy: él es el signo de mi identidad. Ascética y gastronomía son acti­tudes an­tropológicas equilibradas y se justifican por la misma razón de la uni­dad profunda del hombre: éste no «es» solamente una mente o un alma, si­no que también «es» un cuerpo; asimismo, no «es» ab­solu­tamente su cuer­po, porque también lo «tiene»; aunque no lo «tiene» abso­luta­mente –como tiene monedero, traje o bolígrafo–, porque también lo «es».

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Gula y angelismo: el paso a la anorexia

Sin embargo, desde muy antiguo fue visto el cuerpo, por distintas corrientes de pensamiento, como un yo ajeno. Y de ahí arrancan dos actitudes dis­torsionantes de la unidad humana: la gula y el angelismo.

Lo que se opone a la gastronomía no es la ascética, sino el angelismo, la apre­ciación del propio cuerpo como algo extraño, como yo ajeno. El hombre lu­cha entonces por dominar el cuerpo, de­mostrándose a sí mismo que lo domina sometiéndolo al enflaquecimiento y malnutrición voluntarios.

Las manifestaciones más patológicas de ese angelismo son la anorexia y la bulimia, cuya consecuencia psicobioló­gica más universal, por ahora, es la ina­nición: la pérdida de peso unida a la malnutri­ción; aunque para al­gunos auto­res, como Hsu y Lee (1993), esa lucha por la iden­tidad no comporte miedo o impulso a adelgazar. Además de las perturbaciones biológicas –la autoina­nición o delgadez extrema volun­taria y la malnutrición–, están las perturbaciones psicológicas: tanto las cognitivas –la alte­ración de la imagen corporal y la pre­sencia de ideas ob­sesi­vas– como las co­nativas , a saber, la con­ducta compulsiva y el miedo a engordar. Y aunque entre las causas de la anorexia se puedan indicar dis­posiciones biológi­cas, características individuales y relacio­nes interperso­nales de variado signo, lo cierto es que la es­tructura del imaginario social funciona en ella como un acicate de pri­mera magnitud.

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Contención religiosa y contención profana

Atendiendo a lo que dice Rudolph M. Bell en su libro Holy anorexia (1985), habría dos tipos de angelismo: el religioso y el profano. Ambos tienen el mismo denominador co­mún: la vivencia del cuerpo como yo ajeno. El angelismo religioso pre­tende dominar el cuerpo mediante prácticas de exagerada absti­nencia motivadas por un errado modelo reli­gioso; el angelismo profano pretende do­minar el cuerpo y la si­lueta motivado por un errado patrón estético o económico, suscitado por normas corpo­rales colectivas. Pero quede claro que no siempre es un patrón estético el desenca­denante de una actitud de angelismo. Aunque el patrón estético tenga en la actualidad la primacía.

Un ejemplo notable de angelismo reli­gioso es el de la influyente monja domi­nica Santa Catalina de Siena, del siglo XIV; ella se sometió a un bajísimo régimen calórico, seguido de vómitos. Es el cuadro de la anorexia. A pesar de su estado ca­quéxico, de­sarrolló una im­presionante actividad dentro de la Iglesia. Muchos otros casos han sido estudiados por el citado Rudolph M. Bell.

Otro caso destacable de angelismo religioso, seña­lado por Ha­bermas (1986), es el de la alemana Friderada de Treuchtligen, quien tras un inicio bulímico –un período de atracones incon­tro­lados–, im­ploró la ayuda de Santa Walpurgis, que­dando aparentemente cu­rada: y aun­que cedió su apetito, en realidad pasó al otro extremo: con­side­rando repulsivos los alimentos y vomi­tando después de las comidas –final anoréxico–.

En estos casos de angelismo re­ligioso el cuerpo era vivido como un yo ajeno, y se buscaba el triunfo del espíritu sobre la carne: como si el hom­bre no fuese a la vez espíritu y carne, mente y cuerpo.

Por supuesto que en el angelismo profano también está roto el equi­librio vivencial y real del cuerpo. El primero y más radical factor determi­nante de la correspondiente anorexia o bulimia perte­nece al imaginario social, en el que el cuerpo aparece como un mero atributo adyacente de la persona, como un puro haber o te­ner del sujeto, y no el lugar y el tiempo indiscernibles de la misma identidad per­sonal.

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Lo que se opone a la ascética no es la gastronomía, sino la gula, en la cual el hombre se empasta totalmente con su cuerpo: estima que su yo originario es su mismo espesor orgánico, lo único real para él. La gula es la pérdida de identidad espiritual y la absorción del hombre en su cuerpo, del ser en el tener.