Categoría: 1.4 Psicología alimentaria (página 1 de 4)

Factores que concurren en el acto alimentario: percepción, imaginación, impulsos, lenguaje, afectos

Banquete imaginario en el Reino de Jauja

Pedro Brueghel, el viejo: "Reino de Jauja"

Pieter Brueghel: «El país de la Cucaña» (1567). En un edén culinario, unos individuos disfrutan de una siesta tras haberse hartado de comer. Soñaban con unos animales preparados para degustar: el cerdo lleva ya un cuchillo clavado, el huevo cascado corre para ofrecerse como aperitivo, la casa está protegida con techo de tortas…

Desde tiempo inmemorial se corrió la leyenda de que existía una tierra fecundísima, «La Cucaña», un país mitológico recordado en la Edad Media, cruzado por ríos de leche, vino y miel, con criaderos espontáneos de quesos y lechones asados, ofrecidos inmediatamente para ser degustados. Así lo imaginó Brueghel el Viejo en su famoso cuadro (1567). Ese término viene del francés cocagne, que apunta a cualquier tipo de pastel. En el siglo XVI era conocido ese cuento como el «Reino de Jauja», nombre que tiene su fundamento real. Pues parece que Francisco Pizarro, durante sus correrías peruanas, descansó con sus huestes en la ciudad de «Jauja» (1532-1533), donde se encerraban enormes depósitos de riquezas y alimentos de todo tipo. Y así lo contaron quienes volvieron a España.

El escritor español Lope de Rueda publicó en 1565 “La tierra de Jauja”, una especie de entremés en que relata la divertida escena de unos truhanes (Hozinguera y Panarizo) que engañan a un personaje simplón y crédulo (Mendrugo), al que le cuentan la existencia de una país donde no era necesario trabajar para comer abundantemente.  El infeliz personaje se relame de gusto oyendo el fantástico relato, hasta el punto de que deja de vigilar su zurrón y propicia que los rufianes le hurten su comida.

El escarmiento que recibe Mendrugo pone en evidencia las gratuitas  imaginaciones que, incluso en nuestros tiempos, muchos encienden bajo las ofertas inmensas de alimentos, ropas, muebles, etc.  que ofrecen los supermercados. Todo parece estar al alcance de la mano. El hombre lo tiene todo y no agradece nada. Cree vivir en el reino de Jauja. Aunque la cruda realidad aumente luego la hipocondría y, a veces, la desesperación. Seguir leyendo

Tradición y cultura en la alimentación de las personas mayores

La alimentación del anciano, desde el punto de vista subjetivo, sólo puede realizarse adecuadamente si el propio anciano asume o acepta previamente su propio estado y edad. Incluso desde el punto de vista objetivo, en la conducta alimentaria del anciano los actos individuales se sostienen sobre pautas colectivas, incorporadas como hábitos y costumbres, en las cuales se reflejan las normas de su tradición cultural: no es suficiente que una cosa sea comestible para que acabe siendo comida por el anciano; esto último ocurrirá si lo consienten los parámetros culturales del pasado enraizados en su mente y en su personalidad.

Psicología de la conducta alimentaria

Tiene por objeto la Psicología el estudio de la conducta humana, a través de los distintos factores sensoriales, afectivos y cognoscitivos que convergen en ella. Esos factores se muestran también en el curso de todo el proceso alimentario humano o, si se quiere, en la conducta alimentaria del hombre, adquiriendo en ella unas características especiales.

Primero, es mostrada la misma conducta alimentaria con sus factores fisiológicos, psicológicos y sociales.

Luego se estudia el ámbito de la sensaciones, de los apetitos y de las emociones que se implican en dicha conducta. También las perturbaciones de esos elementos.

En fin, es enfocada la emoción culinaria, la que produce el cocinero.

Unas últimas reflexiones sobre las cualidades que, más allá de lo material, se perciben en los alimentos, bajo perspectivas religiosas o morales.

El capítulo final es el más prácticamente psicológico, dedicado a la convivencia en la mesa.

De la química a la psicología del apetito

 

Albert Anker (1831-1910), “Rudi comiendo”. Interpreta de modo analítico los objetos y las figuras humanas, para transmitir el poder expresivo de cosas cotidianas. Utiliza el oscuro fondo para destacar perfectamente la cabeza luminosa del niño. Explora sin artificios la cualidad de la luz y el volumen.

Albert Anker (1831-1910), “Rudi comiendo”. Interpreta de modo analítico los objetos y las figuras humanas, para transmitir el poder expresivo de cosas cotidianas. Utiliza el oscuro fondo para destacar perfectamente la cabeza luminosa del niño. Explora sin artificios la cualidad de la luz y el volumen.

El factor físico-químico que da lugar al «hambre»

Hay un factor físico-químico gene­ralizado que da lugar al «hambre». Este  factor es el desequilibrio trófico de los tejidos. De modo que el sustrato químico del hambre es la pobreza de la sangre en elementos nece­sarios para la nutrición. Para recuperar el equilibrio, en caso de necesidad imperiosa o extrema, el hombre come lo que sea: come para vivir. De una manera penetrante expuso ese estado Knut Hamsum, el premio Nóbel de Literatura de 1920, en su novela «Hambre«, de la que he seleccionado los principales textos al caso. Esta es la manifestación del ham­bre: un estado somá­tico pungente inducido por la privación de ali­mentos y que, si es prolongado, puede provocar náuseas y espasmos cuando se intenta saciar rápidamente.

Pero el hambre no está en rela­ción inmediata con las contracciones gástricas: cuando a un animal le son seccionados los ner­vios que parten del tubo digestivo, no se le suprime el hambre. Eso quiere decir que las contracciones estomacales sólo son manifestaciones de una ca­dena de es­tí­mulos y respuestas para satisfacer las nece­sida­des. Pero las influencias más pro­fundas son las endocrinas y metabólicas, reguladas por el sistema nervioso cen­tral: cuando se in­yecta en un perro hambriento el ali­mento en las ve­nas, el hambre se calma, aunque el estómago quede va­cío. Seguir leyendo

El anciano tras la eterna juventud

QUENTIN MASSYS, 1465-1530. La Duquesa fea (National Gallery de Londres). El pintor nos presenta la deca- dencia física rayana en la carica- tura: una mujer deforme se engalana con encajes y muestra un esperpéntico rostro maquillado y unos pechos fofos que asoman por el escote, intentando parecer hermosa bajo las tocas de la ju- ventud. Hay una belleza del alma que no se expresa con los ropajes de una lozanía perdida. Aceptar la vejez es, entre otras cosas, reco- nocer que la mocedad no vuelve y que hay otros tipos de belleza que pueden ser vividos.

QUENTIN MASSYS, 1465-1530. «La Duquesa fea» (National Gallery de Londres). El pintor nos presenta la decadencia física rayana en la caricatura: una mujer deforme se engalana con encajes y muestra un esperpéntico rostro maquillado y unos pechos fofos que asoman por el escote, intentando parecer hermosa bajo las tocas de la juventud. Hay una belleza del alma que no se expresa con los ropajes de una lozanía perdida. Aceptar la vejez es, entre otras cosas, reconocer que la mocedad no vuelve y que hay otros tipos de belleza que pueden ser vividos.

Esperanza de vida

Si un dietista es preguntado hoy por la composición química del organismo normal respondería –a diferencia del dietista antiguo que recurría al aire, al fuego, al agua y a la tierra–, indicando el oxígeno (65%), el carbón (18%), el hidrógeno (16%), el nitrógeno (3%), el calcio (2%), el fósforo (1%), o el potasio (0’25%), y otros oligoelementos en menor proporción; pudiendo incluso agregar que en las últimas etapas de la vida suele presentar esa composición ciertas anomalías, debido a que la decadencia orgánica progresiva se debe tanto a factores del entorno humano como a fenómenos internos que pueden estar programados en el esquema genético o que inciden en el deterioro funcional y orgánico del árbol arterial, de las glándulas de secreción y de la masa encefálica.

El problema de las últimas etapas de la vida –si no queremos hablar de una sola final– cobra actualidad en nuestro mundo, donde una sociedad industrializada presta esperanza de vida a través de la medicina y la higiene.

Si en la primera década del siglo XX la esperanza de vida rayaba en los 44 años, en la primera década del siglo XXI está ya en los 75 (YUSTE, 89-98). Pero ocurre que esa longevidad se ve atrapada ahora en la escalofriante caída de la natalidad, de manera que, sin recambio biológico generacional, el anciano acabará siendo una carga insoportable para la sociedad, lo cual crea a los políticos un problema muy serio (ALGADO, 79-90).

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Dar es olvidar: La clave de un servicio a la persona

El sirviente

Vincent van Gogh (1853-1890): «El sirviente». Ante el inmenso campo del mundo, con sus largas o cortas cosechas, el hombre puede sentirse abrumado por las posibilidades de actuación que se le abren. Depende de la propia libertad el enfoque primigenio que le otorga a su conducta ante ese mundo desbordante.

A veces el Diccionario recoge en una palabra significados que encierran un inmenso calado humano. Cuando me acerco a un restaurante, a una escuela de cocina, a un hospital, a una institución formativa -sea colegio o universidad- lo primero que percibo en ellos no es tanto lo que dan, sino la actitud que tienen al dar. Esa actitud interior y exterior es lo que define rotundamente el nivel espiritual de una persona.

La lista de sinónimos que acompañan al término «dar» es bastante larga, tanto como amplia es la libertad humana que se entrega, que se da en un campo, en una casa, en una institución, en faenas maritímas o agrícolas. No hay un solo gesto del ser humano que no esté presidido por esa actitud de dar: unas veces cicateramente, otras de manera generosa.

Aquí quiero reflexionar sobre la posibilidad originaria de que el ser humano esté dispuesto a dar. Seguir leyendo

¡A tí te gusta, pero a mí no!

Isaías

Isaias Malavera Lizarazo: «Cocina». Con diseño sugerente, utilizando productos normales de la alimentación, consigue una aceptable atmósfera culinaria.

Cocineros y comensales

Tengo un amigo cocinero –por cierto, buen amigo y buen cocinero– que experimenta mucho en la cocina. Y cuando consigue elaborar un buen plato, desea que los comensales lo degusten y aprecien. Sin embargo, no siempre consigue este objetivo.

Y aunque pone lógicamente su esperanza en que su producto agrade también a sus invitados, la verdad es que sufre desencantos.  Un día me preguntó a qué se podían achacar estas discrepancias gustativas, pues eran los mismos los elementos básicos, también los condimentos y los tiempos de cocción o de fritura. Yo le advertí que un mismo plato no produce idénticas sensaciones gustativas en personas distintas.

Le pedí que sirviera dos cafés, uno para él y otro para mí, y que trajera también una sacarina líquida. Yo le añadí dos gotas, para mí suficientes para edulcorar;  él echó cuatro, pues era lo que necesitaba. Enseguida cayó en la cuenta de que nuestra lengua reacciona muy personalmente a cada alimento. Y que para cada sabor hay un nivel gustativo que depende no sólo de las células de nuestra lengua, sino de los distintos humores (grasa, ácido…) que la recubren. De ahí que unas personas encuentren la fructosa más dulce que la sacarosa, y la glucosa menos dulce. En otras personas ocurre a la inversa. Si entre varias personas hay diferencias en la sensibilidad a los edulcorantes, ocurre algo parecido cuando se trata de otras sustancias sápidas.

Bocas distintas

La boca es una fábrica de novedades químicas que se añaden a los alimentos que masticamos. Supongamos que empiezo a comer una carne en salsa. Cuando las moléculas aromáticas que están disueltas en la salsa entran en la boca llegan antes a las papilas gustativas y proporcionan una primera sensación de sabor. Pero no queda ahí la cosa. Pues “al masticar los alimentos se van liberando nuevas moléculas en nuestra saliva, las enzimas empiezan a reaccionar con las proteínas, etc., y se originan nuevas moléculas como consecuencia de las reacciones químicas que tienen lugar en la boca. Por lo tanto, la sensación sápida puede cambiar cada vez que masticamos un bocado” [Peter Barham, La cocina y la ciencia, Acribia, Zaragoza, 2002, p. 30].

Disfrutar de una buena comida requiere, por lo tanto, no sólo la buena disposición mental que nos acerca a la mesa, ni sólo el excelente preparado que el cocinero ha dispuesto con mil amores para nosotros, ni el buen ambiente del restaurante. Todo ello es, desde luego, necesario. Pero también lo es la aptitud adecuada de nuestra células linguales, a veces inactivas, a veces reactivas a la presencia de un alimento.

¡Sí: es comprensible que, siendo los dos tan parecidos, a ti te guste y a mí no!


 

Fiesta y serenidad

 

Beatriz Olivenza: "Fiesta". Un colorido suave y envolvente divide las impresiones vibrantes del cielo y las sensaciones tranquilas del mar.

Beatriz Olivenza: «Fiesta». Un colorido suave y envolvente divide las impresiones vibrantes del cielo y las sensaciones tranquilas del mar.

Un preámbulo exploratorio

Estimadas alumnas de los Centros de Estudio y Trabajo (Proyecto CET):

En un bello y largo poema que Lope de Vega escribió titulado “Las fiestas de Denia”, que a mí me recuerdan las conocidas fiestas de moros y cristianos, se encuentra un fragmento, una octava, donde el poeta describe una escena fes­tiva que se desarrolla en el mar, junto a la costa alicantina de Denia. Participan en ese acto festivo marineros que levantan sus remos y soldados que disparan al aire arcabuces y cañones, pescadores que jalean y caballeros que simulan torneos:

Hacen su fiesta, reman, tañen, tiran,
alborotan el mar música y truenos;
estos tornean, estos se retiran,
de humo, de agua y de contento llenos:
ya al rumbo izquierdo, ya al derecho guían
por los cristales líquidos serenos,
pareciendo, sin ver mudanza alguna,
los leños aves, y la mar laguna.

Quiero  resaltar en este fragmento dos términos que vienen unidos, la fiesta y la serenidad. La ajetreada fiesta se desarrolla “por los cristales líquidos sere­nos”.  Hasta la mar parece laguna, por sus suaves ondulaciones.

De la conexión de esos dos conceptos voy a hablar. Y me serviré de una selecta bibliografía [1] Seguir leyendo

Suspenso en inteligencia emocional

Jan Steen.(1626-1679) “La alegre familia”. Retrata una escena animada, que incita a un comportamiento a la vez lúdico y moralizante. Expresa la alegría y la felicidad en la vida sensilla. Tiene la virtualidad de concretizar un sentimiento hermoso, haciéndolo emocionalmente eterno.

Jan Steen.(1626-1679) “La alegre familia”. Retrata una escena animada, que incita a un comportamiento a la vez lúdico y moralizante. Expresa la alegría y la felicidad en la vida sencilla. Tiene la virtualidad de concretizar un sentimiento hermoso, haciéndolo emocionalmente eterno.

El tono emotivo de la comida

 

Comer es una relación humana con el alimento como nutriente: el hombre come para alimentarse, y siente en ello una emoción intensa; pero más profundamente, comer es una relación humana con los demás seres humanos: es un gesto social; y despliega con los demás hombres emociones conviviales.

En todos los tiempos han existido unas leyes no escritas de relación emocional del hombre con el alimento: todos las conocemos de una manera más o menos sabia.  Primero, sobre el hambre y el apetito influyen los estados afectivos: las emociones negativas tienen una acción inhibidora sobre el deseo de comer; pero  el buen humor y la compañía agradable ejercen ya una función aperitiva. Segundo, el que come solo en un restaurante sufre una disminución del apetito y del gusto; «se come con los ojos», pero también con una buena compañía. Tercero, cuanto más elevado es el tono emotivo de un alimento –carne, vino– más rechazado es  su consumo solitario. Cuarto, una mesa bien arreglada provoca un efecto excitante sobre el apetito. Quinto, para que una excitación sea agradable debe estar «de acuerdo» con el tono emotivo formado por la cultura. Sexto, por sentido gastronómico nunca han de pedirse dos platos seguidos que tengan: la misma sustancia básica (por ejemplo, comer pollo después de tomar caldo de gallina), análoga preparación (por ejemplo, tomar un pescado hervido y después una carne cocida), idéntico color: se trata de seleccionar los estímulos idóneos para obtener un placer, un buen tono emotivo, en la comida. La inteligencia que guarda estas sencillas reglas (¡hay más!) es una inteligencia emocional. Seguir leyendo

Los hábitos alimentarios como signos de identidad

Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1599-1660): “Almuerzo de labriegos”. Imitando magistralmente el natural, consigue la representación del relieve y de las calidades, mediante una técnica de claroscuro. Una fuerte luz dirigida acentúa los tipos vulgares y los objetos y alimentos cotidianos que aparecen en primer plano.

Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1599-1660): “Almuerzo de labriegos”. Imitando magistralmente el natural, consigue la representación del relieve y de las calidades, mediante una técnica de claroscuro. Una fuerte luz dirigida acentúa los tipos vulgares y los objetos y alimentos cotidianos que aparecen en primer plano.

¿Por qué existen hábitos alimentarios?

 

Las exigencias de nuestro apetito no están vinculadas naturalmente a un alimento en con­creto. Lo que se desea comer viene estipulado por las pautas de una colectividad. Lo simple­mente comestible desde el punto de vista quí­mico y fisiológico no acaba nece­sariamente siendo comido por el hombre. Se come lo que las normas culturales de un pueblo permiten. Por estas normas el comer humano se distin­gue del engullir animal.

Para entender este aspecto cultural, con­viene recordar dos cosas:

1ª El hombre sale de la naturaleza desnudo de instintos, de fijaciones automáticas, de adaptaciones permanentes: su constitución psi­cobioló­gica está abierta a todo, no está fijada a un ámbito particular.

2ª Justo por esta apertura, el hombre ha de fijarse y crearse por sí mismo una segunda na­turaleza, ha de darse en cada momento histó­rico un perfil, una fisonomía a su vida: ese perfil, esa fisonomía, esa segunda na­turaleza, son los hábitos humanos, incluidos los hábi­tos ali­mentarios.

Podemos, pues, decir que los hábitos ali­mentarios son las determi­na­ciones permanen­tes que el hombre se da a sí mismo para nu­trirse, justo por no tener un instinto básico y cerrado que lo inscruste en un ni­cho ecológico determinado. Seguir leyendo

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