
Lawrence Alma Tadema (1836-1912) en «Las rosas de Heliogábalo», describe, con un punto de colorido romántico, una comida romana.
Una cena “opulenta” –o sea, profusa, copiosa y excesiva– no la podía ofertar durante el primer siglo de nuestra era un voluntarioso romano infortunado, sino sólo personajes como Trimalción, un magnate próspero y acaudalado. Precisamente el escritor Petronio compuso hacia el año 66 después de Cristo un libro titulado Satyricón, donde se incluye un relato extravagante, la Cena de Trimalción, llena de sorpresas gastronómicas y formas bufas de servicio. Tanto las viandas como las maneras de mesa que allí se relatan únicamente podrían haberlas sobrellevado unas cuantas familias poderosas del Imperio.
Pero los orígenes de la cocina romana fueron austeros: se consumía el pulmentum básico, que era una papilla de mijo o cebada; un poco de carne de cordero y queso de leche de oveja; del cultivo, las habas, las coles, entre otras verduras. También frutas, como manzanas, albaricoques (de origen armenio), melones (de origen persa), higos y dátiles.
En la mañana se tomaba un desayuno, llamado ientáculum, acompañado con barras de pan; al mediodía, un pequeño almuerzo; pero la comida principal era la coena. Un segundo desayuno se introdujo al mediodía, el prandium, normalmente con las sobras del día anterior. Este era el ritmo gastronómico del pueblo llano.
Pero las clases altas o pudientes prolongaban la coena hasta muy entrada la noche. En un período tardío la comida se servía en tres partes: la entrada (gustatio), el plato fuerte (primae mensae) y el postre (secundae mensae). Durante una cena para invitados, se presentaban músicos, acróbatas o bailarines.
Por influjo de las cortes griegas de Oriente, a principios del siglo II a.C., los romanos descubrieron el refinamiento, haciéndose a partir de este momento larga y costosa la preparación de las comidas. Surgió la figura del cocinero, como un profesional libre, no atado a la esclavitud, que percibía un salario alto.
Siglos más tarde, la corte de Hannover celebró en el carnaval del año 1702 una repetición de la Cena de Trimalción. Dicha fiesta estuvo presidida por la reina Carlota de Prusia, y en ella participó el filósofo Leibniz explicando los detalles a los comensales.
Recojo las principales escenas de esta excéntrica cena, contada por Petronio.
Los comensales se aposentan y aparece ostentosamente Trimalción
Ocupó cada cual el sitio que le correspondía, excepto Trimalción, al cual, contra toda costumbre, se había reservado el puesto de honor, y empezaron a servir suntuosamente la cena. En una bandeja destinada a los entremeses veíase un borriquillo de bronce de Corinto provisto de alforjas llenas de aceitunas, verdes o blancas, las de una bolsa y negras las de la otra. El animal aparecía, además, cargado con dos escudillas de plata en cuyos bordes se leía el nombre de Trimalción y el peso del metal. Unos arcos, a modo de puentecillos unidos unos a otros, sostenían lirones condimentados con miel y amapolas, y una especie de butifarra humeaba todavía colocada sobre unas parrillas de plata debajo de las cuales ciruelas de Siria y granos de granada imitaban rojas y encendidas ascuas. Admirando estábamos tanta magnificencia cuando a los acordes de una sinfonía apareció Trimalción conducido por dos esclavos que le colocaron sobre un lecho formado con pequeños y ricos cojines […]
Huevos con entresijos y vino abundante
Sirvieron luego una gran fuente en la cual venía una canastilla llena de paja y encima una gallina de madera con las alas extendidas a modo de clueca que está empollando huevos. Al instante se presentaron dos esclavos, y al son de sonoros instrumentos pusiéronse a rebuscar en la paja, de entre la cual sacaron uno a uno muchos huevos de pava que distribuyeron a los convidados. Entonces dirigiéndose Trimalción a éstos, dijo:
“Amigos, he ordenado que pusieran debajo de esta gallina huevos de pava, y por Baco que temo que no sean ya de provecho. Probemos, sin embargo, si pueden sorberse”.
Al acabar estas palabras recibió cada comensal una cuchara que no pesaba menos de media libra y cascamos los huevos que estaban hechos de pasta de harina. Yo estuve a punto de tirar el mío, pero no lo hice por haberme advertido uno de los convidados, viejo parásito, que algo bueno podría haber allí dentro; continué, pues, rompiendo el cascarón que encubría nada menos que una suculenta chocha rebozada con yema de huevo salpimentada.
A una nueva señal de la orquesta, los manjares fueron retirados por los mismos músicos […] Entraron luego dos etíopes de larga cabellera cargados con odres pequeños semejantes a los que servían para regar la arena del anfiteatro y nos sirvieron vino en abundancia […]
Nuevos platos simbólicos
El plato siguiente superó todas nuestras esperanzas, y admirónos sobre todo por su novedad. Consistía en un plato montado en forma de globo, alrededor del cual estaban representados los doce signos del zodíaco. Sobre cada signo el cocinero había colocado un manjar propio de la figura […]
Acto continuo se oyó una nueva sinfonía, entraron cuatro bailarines y levantaron la parte superior del globo presentando a nuestros ojos aves cebadas, ubres de lechona y una liebre adornada con dos alas de modo que figurase el caballo de Pegaso. Todos aplaudimos y asaltamos alegremente aquellas exquisitas viandas […]
Cacería de un jabalí… estofado
Luego unos esclavos extendieron sobre nuestros lechos y en el suelo alfombras en las que había pintados monteros armados de venablos y todo el aparato de una cacería. Aun no sabíamos qué conjeturar de aquellos preparativos cuando fuera de la sala se levantaron grandes aullidos y súbitamente aparecieron perros de Laconia que principiaron a correr en torno de la mesa. Perseguían una fuente donde venía echado un jabalí con el gorro de liberto en la cabeza y llevando colgadas de los colmillos dos cestitas, tejidas con hojas de palma, una llena de dátiles de la Siria y otra de dátiles de la Tebaida. Estaba rodeado de tres jabatos colocados de modo que parecían buscar las mamas indicando así que el animal era hembra: los convidados a quienes fueron ofrecidos los jabatos los tomaron para llevárselos. Esta vez no se presentó el que antes había trinchado, sino una especie de gigante barbudo, con las piernas vendadas, envuelto en un traje abigarrado y armado de un cuchillo de monte. Blandió el arma dando un golpe furioso en el flanco del animal y por la herida que abrió, surgió un enjambre de tordos. Al punto los pajareros los cogieron con cañas untadas de liga, y los ofrecieron a los convidados […]
En tanto yo no hacía más que pensar en el motivo de estar cubierto el jabalí con un gorro, y no pudiendo dar con él, preguntéselo a mi intérprete, el cual me contestó:
“Habiendo quedado esta jabalí intacto en la última cena de ayer, y habiéndole perdonado los convidados, vuelve hoy al banquete como liberto”.
Enigmáticos puercos… ensalchichados
Levantadas las mesas al son de la música, trajeron al triclinio tres puercos blancos […]
Trimalción mandó llamar al cocinero, al cual, sin esperar a que nosotros eligiésemos, ordenó que matase al más viejo […]. A los pocos momentos presentaron el enorme animal en una gran fuente. Nos sorprendió tanta presteza y juramos que ni siquiera un pollo hubiera podido ser tostado tan rápidamente; pero ante nosotros teníamos aquel cerdo que ahora nos parecía más grande que antes. Mirólo atentamente Trimalción y exclamó:
“¿Cómo? ¿Cómo? Este puerco no está destripado: por los dioses, llamad pronto al cocinero!”.
Entró éste con tristeza, pidiendo perdón por haberse olvidado de destripar el cerdo […], pero su amo mandó que le desnudasen para azotarle en castigo de su olvido: mas todos intercedimos por él […] y entonces Trimalción, perdonándole, dijo:
“Pues bien, ya que tienes tan mala memoria, destrípalo aquí delante de nosotros”.
Vistióse de nuevo el cocinero el mandil, empuñó el cuchillo y, con mano temblorosa, hirió a uno y otro lado el vientre del puerco, por cuyas heridas salieron chorizos y salchichas en abundancia […]
Perfumes y postres venidos de las alturas
De pronto sentimos crujir el techo y estremecerse todo el triclinio. Yo me levanté asustado, y los demás convidados, no menos sorprendidos, alzaron la cabeza esperando la novedad que había de venir de arriba. Y esta fué que, abriéndose el artesonado, se vió una gran bandeja circular que, como destacándose de una ancha cúpula, fué descendiendo: colgaban de ella todo alrededor varias coronas de oro y cajitas de alabastro llenas de pomadas olorosas. Invitados a aceptar estos presentes, volvimos la vista a la mesa, que, mientras estábamos distraidos, fue cubierta con una ancha fuente llena de tortas y bizcochos […]”
[El relato de la Cena de Trimalción es muy extenso. Sólo he presentado unos pocos cuadros representativos. Existen en castellano varias traducciones del Satyricón, como la de Sempere (Valencia, 1920) y la Editorial de los Amigos del Círculo del Bibliófilo (Barcelona, 1979)].
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