Categoría: 2.2 Dietética antigua y medieval (página 2 de 3)

Historia de la dieta, dieta hipocrática, las cosas generales que conservan, las cualidades de los alimentos

Paremiología dietética

Libro de refranes glosados (s. XVI)

Libro de refranes glosados (s. XVI)

Los distintos modos de reaccionar el hombre al estímulo de los alimentos se recogen muchas veces, a lo largo del tiempo, en refranes, que son como sentencias, adagios o proverbios que sucintamente encierran una doctrina basada en experiencias referentes a la salud. Son muchos estos refranes, hasta el punto de formar una colección abultada de páginas, como la española de Sbarbi. El estudio de estas sentencias se llama “paremiología” (del griego παροιμία = proverbio,  y λόγος = razón, estudio).

Por ejemplo, aparece este estudio en antiguos libros dedicados a la medicina. He de resaltar la Medicina Española contenida en Proverbios vulgares de nuestra lengua, obra del médico extremeño Juan Sorapán de Rieros[1], publicada en 1616 en Granada[2]. El libro, que glosa 47 refranes castellanos pertinentes a la dietética antigua, mereció el lauro de ser recomendado a los estudiantes de la Academia de Me­dicina de Granada. Es, por lo tanto, un extraordinario documento histórico sobre la vigencia que aquella dietética tuvo en algunos círculos intelectuales españoles. Además, por su puro y correcto lenguaje, fue incluido, desde la fundación de la Real Academia Española, en el catálogo de escritores clásicos o Autoridades.

La primera parte[3] de esa obra -explica en el Prólogo- contiene “todos los refranes que pertenecen a la conservación de la salud del hombre, divididos en los que tratan de la comida, bebida, ejercicio, sueño, Venus, accidentes del ánimo y mudanzas del aire y lugares; que son las cosas en que consiste la salud usadas con moderada cantidad, calidad, modo y ocasión”. La segunda parte[4] trae “otros refranes en que también consiste la buena educación de los hijos y preservación de la peste, y algunas dudas acerca de las preñadas”. Seguir leyendo

Control de vinolencia: un libro antiguo sobre el vino aguado

Vincent Van Gogh (1853-1890): “Bebedores”. Con pincelada rápida y estilo próximo al impresionismo, ironiza plásticamente con estos cuatro personajes distintos, incluyendo un niño de corta edad, enfrascados en uno de los males de la sociedad, la bebida. Emplea el color brillante de la mesa, el amarillo del campo o el gorro del obrero.

Vincent Van Gogh (1853-1890): “Bebedores”. Con pincelada rápida y estilo próximo al impresionismo, ironiza plásticamente con estos cuatro personajes distintos, incluyendo un niño de corta edad, enfrascados en uno de los males de la sociedad, la bebida. Emplea el verde brillante de la mesa, el amarillo del campo o el gorro rojo del obrero.

El Tratado del vino aguado y agua envinada de Jerónimo Pardo

 

Ahora se dice “control de alcoholemia”, para disuadir del exceso de velocidad en carreteras. Pero pensemos que en los tiempos antiguos no existía ese peligro para el viajero. El control de vinos y licores se hacía por motivos muy prudentes o razonables: conservar la salud. La propuesta que Jerónimo Pardo hace en su “Tratado del vino aguado y agua envinada” (1661) no tiene otro objetivo que el dietético. Por vinolencia entiende nuestro idioma el “exceso o destemplanza en el beber vino”, un exceso que puede acabar a veces en embriaguez o borrachera, aunque normalmente no tenga ese final. “Con el mal uso del vino puro llegan los hombres a embriagarse y perder el uso de la razón. Por cuya causa, o mueren, como dice Hipócrates, o por algún tiempo quedan insensibles como leños y destituidos de toda razón como brutos, o si no quedan de este modo, hablan y obran insana y locamente” (n. 99). “La vinolencia, aunque de suyo no fuera pecado, es un remedio de que no se puede usar sin riesgo y peligro de la vida” (n. 101).

Aunque el título del libro pudiera parecer jocoso, en realidad es extremadamente serio: viene a formular un medicamento, el vino aguado, tan confiable para Pardo como para nosotros es la aspirina. Y lo hace con los medios que la técnica tenía a su disposición, contando además con escasos conocimientos fisiológicos.

Por tratarse de un producto íntegro, sustancialmente nuevo, que no obedecía a la mera mezcla accidental de agua y vino, voy a introducir el término “vino-aguado” para referirme a ese compuesto indicado por Jerónimo Pardo para el control dietético. Porque “la vinolencia del vino aguado no es tan mala ni perjudicial como la del puro” (n. 102).

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El «Régimen de salud» de Arnaldo de Vilanova

El dietista (o el galeno) seguía muy de cerca al cocinero en la Edad Media.

El Regimen sanitatis del médico catalán Arnaldo de Vilanova (1238-1311) fue compuesto hacia 1307 para un sanguíneo, el rey Jaime II de Aragón. Regentaba Arnaldo por entonces una cátedra en la Escuela de Medicina de Montpellier[1]. Fue también médico del rey Pedro III de Aragón y de los papas Bonifacio VIII y Cle­mente V. Sus obras versan sobre metodología médica, fisiología, patología, dietética y controversia religiosa (cfr Arnau de Vilanova). De su texto sobre el régimen de salud hay varios manuscritos latinos. Se imprimió por vez primera hacia 1470; y desde entonces ha sido impreso varias veces en las ediciones generales de sus escritos[2].

La versión publicada por Jerónimo de Mondragón en 1606 con el tí­tulo Maravilloso regimiento y orden de vivir guar­da una corresponden­cia fiel con los textos latinos conservados; y es muy superior a otras traducciones más libres e incompletas que del mismo libro se hicieron en España desde 1519[3]. Es la que ofrezco[4] brevemente anotada y ac­tualizada ortográficamente. Mon­dragón dice expresamente que no tra­bajó sobre una obra im­presa, sino sobre el texto manuscrito «de un libro muy antiguo, traslado del mismo original del autor»[5]. Esta aclaración convierte al texto de Mondragón en una “fuente” preciosa para cotejar otros manus­cristos y va más allá de una simple traducción. Seguir leyendo

Dietética medieval, 11: Emociones positivas

Autodominio emocional

El dominio de las emociones es tam bién un factor dietético o de salud. La melancolía, la ira frecuente, el excesivo tra bajo: estas tres cosas consumen en breve tiempo la vida[1]. Por eso, Arnaldo obser va que «las pasiones y accidentes del ánimo mu dan o alteran el cuerpo terriblemente y ha cen notable impre sión en las obras del en tendi miento; y así, las que son daño sas de ben huirse con mucho cui dado y dili gencia: en particular, la ira y la tristeza».

Por «accidentes» del alma en tendían los Regimina sanitatis no otra cosa que las pasio nes o emociones: lo que le pasa al alma por estar unida a un cuerpo sonpa siones; o lo que le acaece (accidit) en este mismo sentido son acciden tes; lo que le afecta por las cuali dades y com plexiones del cuerpo son afectos. Todos son términos equivalentes que se refieren a los movi mientos afectivos del alma sensitiva, tanto los excitados, como los calmosos. La con veniencia de este capítulo quedó recogida en el adagio: «mens sana in corpore sano«.

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Dietética medieval, 1: Fuentes, libros y autores

Mesa y dietética: la importancia del dietista

 

La gran tradición dietética antigua –la de Hipócrates y Galeno– quedó recogida por los médicos medievales.

La dietética griega es obra de una plé­yade de investigadores, muchos de ellos anónimos, que crearon desde el siglo V a.C. una tradición (el Corpus Hippo­crati­cum) sobre la salud del hombre.

Cuatro de los tra­ta­dos que se atri­buyen al médico griego Hipócrates (460-375 a.C.) están dedicados a los temas de la alimentación y de la dieta. Una vida sa­ludable requiere el equilibrio entre los «alimentos» que provocan un es­ta­do de plétora corporal y los «ejercicios» que sus­citan la eva­cuación, dentro de un «ambiente» ade­cuado en sus aires y en sus lugares. El sueño incluso es un factor nece­sario para «estar en forma».

La doctrina dietética hipocrática quedó ab­sorbida en el De sani­tate tuenda de Galeno[1] –médico griego que vivió en­tre el 129 y el 201 d.C., y que ejerció en Roma su actividad–, cuya siste­mática elaboración se extendió a lo largo de la Edad Media a través de los médicos árabes[2] y de las versiones que a su vez se hicieron de estos al latín por los mé­dicos del sur de Italia (especialmente Cons­tantino el Africano, muerto en 1087) y por la escuela de traductores de Toledo (principal­mente por Gerardo de Cremona, muerto en 1187).

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Importante para el estudio de los ali mentos vegetales fue la obra de Dios córides Pedanus –médico de la época de Nerón y de Ves pasiano– estudioso de la botánica médica en un herbario conocido como De materia me dica. Interesante fue también la Diaeta Theo dori[3], un texto atri buido a Priscia nus Theo dorus, com puesto en el siglo IV, siendo quizás una re co pilación de otras fuentes antiguas. Otro tex to importante es el De observa tione ciborum[4], del médico Anthi mus[5], ex pul sado de Constantinopla hacia el año 477. Seguir leyendo

Dietética medieval, 2: Componentes fisiológicos

Modelo fisiológico dinámico

A la pregunta por el número de elemen tos básicos que componen el cuerpo huma no, un dietista antiguo respondería indi cando el cuadro adjunto


 

 

 

 

Pero a la misma pregunta, un dietista actual respondería indicando las cantidades adecuadas de oxígeno (65%), de carbono (18%), de hidrógeno (16%), de nitrógeno (3%), de calcio (2%), de fósforo (0,25%), de potasio (0,20%), de azufre (0,20%), de sodio (0,10%), de magnesio y hierro (-0,05%).

Pero un dietista medieval habría seguido explicando las siguientes  tesis bio-psicológicas.

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Dietética medieval, 3: Fuerzas y espíritus

Fuerzas o «virtutes»

 

En la dietética medieval es importante la doctrina de las fuerzas or­gá­nicas o virtutes, la cual se entronca con la teoría platónica y aristotélica del alma, el más radical y primario principio opera­tivo de todo el viviente. El alma hu­mana muestra tres nive­les, fuerzas o poten­cias: el racional (lógico), el irascible (fogo­so) y el concupiscible (deseos). Galeno establecía el primer nivel en el ce­re­bro, el segundo en el corazón y el tercero en el hígado. El alma se expresa, pues, en potencias o virtu­tes, modos de apa­ri­ción del alma misma.

La virtus es el principio particular de la operación en cualquier órgano[1].

1º La pri­mera virtus es la naturalis (physiké), con sede en el hígado, y preside las fun­ciones de reproduc­ción, nutrición y creci­miento.

2º La segunda virtus es la vitalis (zotiké), que se ori­gina en el corazón, con­cretamen­te en el ventrículo iz­quierdo, y mediante la acción que el calor cordial ejerce sobre la sangre sutil que allí penetra por el ta­bique interventricular rige la respi­ración y el pul­so por todo el cuerpo: su función es car­dio­rrespiratoria. 3º La tercera virtus es anima­lis (psychiké), a la vez cognitiva (mediante la cual se produce el conocimiento animal de sentir, imaginar, esti­mar y recordar) y motiva (afincada en los nervios y múscu­los, de la cual depende el movimiento vo­luntario y la vida de re­lación). Seguir leyendo

Dietética medieval, 4: Humores y temperamentos

Colérico. Iconografía de Ripa

 

Los humores

 

Toda la dietética antigua enseña que en todas las trans­formaciones de la sus­tancia humana perma­nece un fluido viscoso inmutable llamado «humor», identificable al observar, por ejem­plo, las emisiones de los vómitos o la coagu­lación de la sangre; de aquí sur­gió la «doc­trina humoral». Pólibo (400 a.C.) enumeró, en Sobre la naturaleza del hombre, cuatro humo­res básicos: la sangre, la flema (o pituita), la bilis amarilla y la bilis negra[1]. El jugo alimen­ticio o «quilo» de la primera digestión se con­vierte, por una segunda digestión operada den­tro de los órganos principales capitaneados por el hígado, en humor, el cual es a su vez causa inmediata, por una tercera digestión, de los distintos miembros sólidos. Por ejemplo, la sangre se genera en el hígado a partir de la porción templada del «quilo». Cada humor es soporte de dos cualidades elementales: la flema, de lo frío y lo húmedo; la sangre, de lo caliente y lo húmedo; la bilis amari­lla, de lo caliente y lo seco; la bilis negra, de lo frío y lo seco[2].

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Dietética medieval, 6: Ejercicios, masajes y baños

Ejercicio guerrero

Ejercicios

 

Una vez elegido el ambiente oportuno para conservar la sa­lud, se ha de procurar el debido ejercicio. No se trata del ejer­cicio propio de los juegos, tor­neos y justas me­dievales –acce­sibles a unos pocos– cuya ex­presión novelada llena biblio­tecas; sino de «ejercicios» des­tina­dos a provocar una reacción fisiológica, con­cretamente el au­mento del calor natural.

Se trata de incrementar el calor natural que hay en el estómago y en los miembros y de expulsar las superfluidades de «la ter­cera digestión, la que acontece en los miembros: y así abre los poros y evacua las superfluidades que en ellos existen»[1]. Por eso dice Arnaldo que el ejercicio ha de preceder a la refección o comer por dos co­sas: «una, porque despierta el calor natu­ral, por quien debe hacerse la diges­tión de la comida; de donde conviene que el man­tenimiento que tomamos halle al tal calor despierto o movido y no muerto o ador­mido. La otra es porque resuelve las su­perfluidades del cuerpo y las dispone para la expulsión de ellas. Las cuales, si queda­ren dentro del cuerpo, no puede la natura­leza de los miem­bros obrar bien sus accio­nes, pues es cierto que disminuyen el ca­lor natural y atapan los lugares por donde ha de pasar el alimento.»[2].

La doctrina fisiopatológica galénica ad­mite, como vimos, que hay un «calor in­nato», mediante el cual se llevan a cabo los proce­sos de digestión, asimilación y ex­cre­ción en el or­ganismo. El ejercicio es buen conservador de la vida humana, en tanto des­pierta el calor na­tural, gasta las super­fluidades del cuerpo y for­ti­fica las virtu­des, especialmente las naturales. Seguir leyendo

Dietética medieval, 7: Comer y beber lo justo

Ingesta adecuada

Teniendo en cuenta la complexión hu­mana, formada por los cuatro elementos (agua, tierra, aire y fuego) se comprende la ex­plica­ción que Sorapán ofrece de nuestras necesida­des generales alimentarias: respi­rar, beber y comer. La naturaleza «compú­sonos de cuatro elementos, en que están el calor, frío, seque­dad y hume­dad en con­ti­nua guerra, por ser cuali­dades contra­rias; mas como el calor es de ma­yor activi­dad disipa la sustancia de los cuer­pos, ven­ciendo y consumiendo lo frío, lo hú­medo y lo seco y aun el propio se desvanece así, deshaciendo el cuerpo en que se sujeta. Lo que consume el calor del elemento del agua restaura el hombre con la bebida, se­gún en­seña Galeno; y lo que también des­hace del elemento del aire y fuego restaura con la respi­ración y con el mo­vimiento de los pulsos; mas lo que disipa de las partes más sólidas y secas, que corresponden con la tierra, esto no se puede restaurar, sino sólo con comida. Esta disposición o mise­ria ningún cuerpo com­puesto de la tierra, aire, fuego y agua la puede evitar. Mas el hombre con su prudencia puede buscar sa­ludables aires para la restauración de los espíritus, que cada día se pierden; y delica­das bebidas para conservar lo húmedo; y man­jares convenientes a su natural, para las partes sólidas. Es tan necesaria la res­tauración de las partes dichas, como la vida: y así la propia na­turaleza nos dio respiración; y nos dio sed, porque bebié­semos; y hambre, porque comié­semos»[1]. Seguir leyendo

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