
Claude Joseph Bail (1862-1921), «Le Petit Cuisinier». El buen cocinero se hacía en la cocina, desde pequeño. Con trazo realista, el pintor representa una posible situación lúdica del aprendiz, con un gato en el hombro.
La cocina popular: un gran pasado
La urbanización ha transformado la relación del hombre con las viandas, consumidas ahora por mucha población en autoservicios o enlatadas con escasa calidad gastronómica. Se han perdido en los pueblos de España, por ejemplo, las tradicionales maneras caseras de realizar las “matanzas” de cerdos y ovejas, con las oportunas recetas de preparar carnes en adobo, chorizos, jamones, morcillas, butifarras. Las recetas tradicionales y familiares de quesos y embutidos (que exigían un delicado tratamiento y una profunda y continua inspección) son imitadas lejanamente y aplicadas por las modernas industrias alimentarias, muchas de las cuales sustituyen la lenta maduración por el control químico.
En realidad, siempre ha existido, junto a la cocina popular, una cocina experimental, surgida o bien el deseo inventivo de los próximos o bien por el influjo novedoso de lo foráneo.
La cocina popular lega modelos culinarios
Los “modelos culinarios” vienen a ser como los grandes temas de una fuga musical de sabores, cuyas variaciones organísticas se encuentran en un espacio muy amplio. Baste pensar, por ejemplo, en el “modelo culinario” español de la humilde morcilla y en sus variadísimas modulaciones regionales: de cebolla, de arroz, etc. Digamos lo mismo de la paella, las migas, la olla (con sus variaciones de pote, escudella, pilota, cocido), la fabada o el gazpacho. Estos “modelos culinarios” de la cocina popular están tan profundamente arraigados en el pueblo que acaban emergiendo incluso cuando la cocina entra en crisis de identidad.
El cambio en la cocina popular
La cocina popular cambia, como todo lo humano, pero aguanta décadas sin sufrir transformación. La cocina es la historia de hombres y mujeres que, habiendo logrado conquistas culinarias (en forma de modelos consistentes), las transmiten inconscientemente a generaciones futuras para identificarlas mejor y para optimizarlas. Dentro de las regiones españoles, pienso, por ejemplo, en esos modelos consistentes que llamamos pistos, adobos, arropes, cazuelas, empanadas, hojaldres, pepitorias, pestiños, polvorones, etc.
La cocina popular es familiar y regional
Una cocina popular, sea campesina o marinera, tiene una cuna, pertenece a una comarca. Y explota los productos de la región (como cardos, alcachofas, lechugas, etc.) que normalmente coinciden con los ciclos del año. Además se fundamenta en el uso ancestral, en la costumbre culinaria, utilizando los instrumentos fijados por la tradición. De suyo no es viajera, y le gusta estar fijada a una cuna.
La cocina popular y la cocina experimental
La cocina experimental es conducida por cocineros profesionales con tienen interés por la renovación y la invención. Es la cocina que produce revoluciones gastronómicas, como las acaecidas en Europa a comienzos de los siglos XVIII y XIX. Aunque algunos de estos cambios son “reediciones” de mezclas medievales que ya fueron olvidadas, como la unión de la carne y el azúcar (por ejemplo en el “pato al melocotón”). No obstante, esta cocina experimental logra influir en la cocina popular; así ocurrió, por ejemplo, con la introducción de la “patata” en la cocina popular.
En la cocina popular descansa la cocina experimental
Sólo en los países que tienen conseguida una buena cocina tradicional aflora también una cocina experimental. Además, la cocina experimental, por su afán de innovación, puede caer en una complicación inútil; lo cual incita a que se vuelva a la cocina popular, a la de la propia tierra. Incluso se ha llegado a decir, con cierto fundamento, que cuando un cocinero pierde todo contacto con la cocina popular es raro que llegue a confeccionar algo exquisito duradero. La verdadera cocina comienza en el propio huerto, en el propio gallinero.
Los mejores tratados de cocina
Un tratado culinario tiene algo que enseñar cuando la cocina experimental queda aliada en él a la cocina popular; y cuando los aromas tradicionales se someten a la mezcla novedosa, como ocurre en las salsas. Frecuentemente ni siquiera el buen tratado de cocina sabe identificar lo que viene de la inconsciente cocina popular y de la voluntariosa cocina experimental.
Cocina regional y cocina internacional
De lo dicho se puede inferir que no hay propiamente cocinas nacionales, sino regionales. En esto podemos estar de acuerdo con J. F. Revel, cuando en su libro Un festín en palabras comenta que la cocina regional, siendo exclusivista e idéntica, sólo progresa cuando profundiza, desde dentro, en sus propios sabores, rechazando sabores foráneos. En cambio, la cocina internacional es inventiva, está guiada por la curiosidad; desea, por supuesto, asimilar los platos regionales, pero prestando una atención esmerada a los modos de cocción y al origen de los elementos aromáticos. “En estas condiciones –afirma Revel–, puede absorber gran cantidad de ideas, porque sólo ella es capaz de captar la idea generadora de tal o cual toque local y de aplicar conscientemente lo que se realiza inconsciente y mecánicamente».
La oposición entre cocina internacional y cocinas regionales no es, dice Revel, la de lo complejo y lo simple, sino la de lo inventivo y lo repetitivo. «Ciertas fases de la cocina internacional, ciertas salsas, ciertos modos de cocción de la Gran Cocina son, a veces, más simples, mientras que ciertos platos regionales no son ni simples ni complicados, sino simplemente irrealizables fuera del contexto del terruño, o de la costa que los vio nacer».
Revel insiste en que no hay tanto una cocina internacional cuanto un arte culinario internacional. En la cocina regional existen recetas fijas, ligadas muy especialmente a una región y a sus recursos. A su vez, en la cocina internacional no existen propiamente recetas, sino un «conjunto de métodos, principios susceptibles de variantes, según las posibilidades locales y económicas». La llamada cocina internacional falsea su propio cometido cuando de forma desarraigada y anónima se limita «a ahogar los platos en estereotipadas salsas con nombres pretenciosos y a explotar, en su presentación, ciertas formas espectaculares». Pero se dignifica cuando sabe crear lo inédito partiendo de métodos y principios, siendo «capaz de integrar, remodelar, repensar y, más aun, reescribir los platos de todos los países y de todas las regiones, al menos de los que son susceptibles de serlo». Totalmente de acuerdo.
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